Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com
Los hechos que han remecido esta semana al gobierno constitucional no tienen más que un responsable: Ollanta Humala. Ha sido él quien desde la Presidencia de la República que todos le confiamos en las urnas ha promovido una estructura paralela de poder desde el inicio de su mandato, encumbrando a su esposa como premier de facto y a asesores que han hecho del Gabinete de Ministros una cortesanía de geishas y eunucos al servicio exclusivo no ya de un gobierno republicano, sino de una seudosatrapía de medio pelo que el mismo Ollanta Humala ha resumido con descaro como un gobierno de “familia”.
Y no, precisamente, la familia que todos tenemos en la cabeza. No. Se trata aquí del concepto de “familia” que corrompe las instituciones políticas en tanto concibe el poder como un asunto particular, ajeno a los parámetros y las normas constitucionales. La “familia” así entendida se impone al orden constitucional convirtiéndose en delictiva y siniestra porque gobierna desde las sombras, al acecho de corroer con su accionar las instituciones a las que considera un estorbo.
“Si por mí fuera –dijo Ollanta Humala, luego de que su gobierno protegiera por más de un año al conocido mafioso del montesinismo, Óscar López Meneses–, inmediatamente lo metería preso. Por mí doy de baja a todos los generales implicados en este caso, pero tengo normas que cumplir y estoy atado de manos”.
Y ese es el quid del asunto porque así piensa Ollanta Humala. Es decir, si por él fuera y si él pudiera, haría lo que le diera la gana. Hoy lo meto preso como ayer lo protegía. Hoy los destituyo como ayer los ascendía. Lamentablemente,no tengo el poder para hacer eso, tengo un poder a medias y por eso estoy en problemas cuando descubren mis andadas. Tal es el gobierno de “familia” del que se jacta Ollanta Humala.
Así se explica cómo la estructura de las instituciones se desdibuja hasta la caricatura con órdenes de las que nadie puede dar fe porque, simplemente, se pondría en evidencia la acción de un poder espurio que las sobrepasa. El espíritu de la “luz verde” es pues el alma negra de todo lo que ha sucedido esta última semana con el escándalo de López Meneses, porque resume perfectamente la abdicación constitucional de sus representantes oficiales ante un poder que, aunque fuera de la ley, todos dan por hecho y bueno.
Esto no puede continuar ni un minuto más. La “familia”, como “sistema de gobierno”, debe ser proscrita sin desmayo porque significa proscribir a las mafias de los asuntos públicos. Un gobierno de “familia” es un gobierno mafioso aunque que se pinte de todos los colores del arcoíris. La oposición debe ponerse a la altura de las circunstancias mañana lunes 18 de noviembre, cuando el presidente del Consejo de Ministros se presente para la investidura en el Congreso.
No nos dejemos engañar. La impostergable salida del asesor Villafuerte no desmantela el poder paralelo; lo maquilla. Por eso, si el nuevo premier asiste con las geishas y eunucos de siempre, no debe recibir la confianza del Pleno porque, simplemente, es un integrante más de la “familia”. Si aun así es investido, que quede constancia por escrito que el Congreso ya no se ha disparado a los pies. Se habrá metido un balazo en la cabeza.
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