Saben qué, no los voy a aburrir con balances políticos de fin de año que pueden encontrar en cualquier parte y que, además, cada uno puede hacer mejor que nadie de acuerdo al cumplimiento o no de sus intereses. Tampoco con pronósticos para el próximo, pues no soy vidente. Mucho menos con expectativas que necesariamente tendrían que ser buenas si uno escribe una columna en vísperas de Año Nuevo. En realidad, esa es la razón por la que, aburrido de tantos balances, pronósticos y expectativas, escribo la historia que hoy les cuento.
Compro en un quiosco de San Isidro El País de España que, para mi sorpresa, se edita y publica en el Perú el mismo día que en Madrid, y me encuentro con una noticia que al principio no acabo de entender. Dice la nota, en tono de reproche, que “El coche está disponible en un minuto. A media mañana del pasado miércoles, día de Nochebuena, hacían falta solo 60 segundos para que un chofer de UBER, la plataforma que permite ofrecer un vehículo particular como medio de transporte público, alcance a un usuario en el Paseo del Prado, céntrica avenida de Madrid”.
¿Qué tiene de raro, me preguntaba yo mientras leía, que un auto particular haga de taxi si en el Perú ese es el pan de todos los días? ¿No es fantástico acaso que puedas tomar uno, cada minuto, en la misma puerta de tu domicilio como lo has hecho mil veces? ¿Ni qué decir que si quieres ir un poco más seguro y confortable marques un número y aparezca de inmediato, como por arte de magia y en cualquier lugar donde estés, el carro que te llevará a tu casa? ¿Acaso no hay en Lima Easy Taxi? ¿No es eso eficiencia? ¿Cuál es la queja, cuál la noticia?
Pues el hecho es que lo que a nosotros nos parece normal porque es nuestra realidad cotidiana, a la justicia española le parece fatal y por eso ha ordenado su cese. Los que más se oponen, por supuesto, son los afectados. ¿Los usuarios? No, qué va, esos son los que más demandan el servicio. Los que han puesto el grito en el cielo son los taxistas y su sindicato que se han visto afectados en sus derechos que, siendo de unos pocos, no son más que privilegios. Ellos simplemente no quieren competencia: “Nos quieren asesinar”, dicen.
Mi punto es el siguiente. No se entiende aquello que nos es ajeno. Así como usted no entiende cuál es el problema de que autos particulares funcionen como taxis porque en su mundo cualquiera puede brindar ese servicio, muchos, entre los que me incluyo principalmente, no entendemos cuál es el problema de que se eliminen beneficios laborales que nunca hemos tenido. Por eso a mí me deja impávido que algunos marchen por vacaciones, CTS y utilidades que yo no he visto ni una vez en mi vida y sin las que he podido trabajar y ganar dinero perfectamente.
El segundo punto es que quienes protestan generalmente no son las mayorías, sino las minorías. Así como el gremio de taxis de Madrid pone el grito en el cielo para que se cumpla una ley que los favorece y se expectore del mercado a su competencia, así también en Lima quienes más alzan la voz son los sindicatos y las asociaciones estudiantiles cuyos agremiados son cuatro gatos. A las mayorías lo que les interesa es trabajar y ganar dinero, pues difícilmente vamos a pagar las cuentas con derechos que no conocemos y nos dejan perplejos.
Al final, si las minorías quieren que nos pongamos en sus zapatos, lo justo es que ellos se pongan en los de la mayoría a la que no necesariamente le interesa calzar el mismo número que ellos.
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