25.NOV Lunes, 2024
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Opinión

“Empoderarlas” en un monopolio electoral es igualarlas a tanto hombre mediocre que pulula en la política.

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com

Las democracias mueren cuando la libertad de los electores para elegir es suprimida por un monopolio. Las satrapías comunistas del siglo XX y las pocas que todavía coletean en el XXI jamás asumieron que no eran “democráticas”. Un solo partido, una sola lista, un monopolio político e ideológico no dejaba de ser “democracia” para los enemigos de la libertad de elegir universalmente a quien a uno le diera la gana. La democracia se convertía así en una siniestra parodia que, en realidad, significaba todo lo contrario.

Fue en esa democracia bamba donde las mujeres empezaron a tener un poder político efectivo y superior al de sus pares en cualquier democracia verdadera, es decir, aquella gobernada por la libertad de elección. Recuerdo el caso de Ana Pauker, líder del partido comunista rumano, que llegó a ocupar el mismo cargo que hoy tiene Hillary Clinton en los Estados Unidos de América, solo que con 65 años de antelación. Fue en su momento la “mujer viva más poderosa del mundo”, según la portada de la revista Times de 1948. Su poder, sin embargo, era pura cáscara. Tan bamba como la “democracia” que la apadrinaba. Apenas empezó a dar signos de independencia, es decir, de duda, según los estándares comunistas, fue defenestrada por Stalin y cayó en desgracia. Terminó sus días como traductora y maestra de escuela, lo máximo a lo que podía llegar una mujer en esa época.

Me queda bien claro que los poderes que emanan de un monopolio político, así como los de uno económico, son bastante endebles. Ilusiones que, contrastadas con la competencia, es decir, con la realidad de la vida, se desbaratan fácilmente. De ahí que quienes con las mejores intenciones pretenden elevar políticamente a las mujeres por medio de un monopolio electoral están, en realidad, hundiéndolas. Y, con ellas, la democracia.

El gobierno del Presidente Humala ha anunciado esta semana, coincidiendo con la visita de la Secretaria de Estado norteamericana y de la expresidenta de Chile a un foro sobre “empoderamiento” de la mujer, que presentará un proyecto de ley al Congreso sobre alternancia de género en las listas de candidatos a cargos de elección popular. Pero como el gobierno no está seguro de que con alternancia y todo las mujeres salgan electas en virtud de la libertad concedida por el voto preferencial (hombre de poca fe, el Presidente Humala), entonces también pretende suprimirlo. De lo que se trata aquí es de imponerle al elector un cautiverio que es, para remate, el peor de todos: el de la mediocridad.

Porque hombres mediocres en cargos públicos por elección popular tenemos por montones. Mujeres, no. Y esto porque, en un mundo naturalmente hecho para los hombres, las mujeres que se abren paso hasta la cima son, necesariamente, las mejores. Y esas son las mujeres que tienen verdadero poder, aquel nacido de la competencia política en las circunstancias más difíciles.

Suprimir la competencia y “empoderarlas” en un complaciente monopolio de oferta electoral es igualarlas a tanto hombre mediocre que pulula en la política. Porque, si las mujeres no pueden ser ya la excepción a esa mediocridad, ¿qué le queda a la democracia? Y, con esto, nuestra democracia tendrá el mismo futuro que el de su parodia comunista. Esa donde alguna vez reinó, ingenua para la propaganda, “la mujer viva más poderosa del mundo”.


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