22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

El periodista argentino Jorge Lanata está convencido de que la libertad consiste en decirle a la gente aquello que no quiere oír. Y de que publicar es arrojarse a los perros. Ladren, entonces.

Beto Ortiz,Pandemonio
“Ustedes respiran igual” –me susurra sorprendido Martín, mi productor que, en esta noche de Buenos Aires, ha vuelto a ser otra vez el mejor camarógrafo del oeste y, mientras finge probar el audio, está auscultando nuestro ritmo cardíaco como si los headphones fueran su estetoscopio. Razón no le falta: parecemos los hijos de Darth Vader: Lanata y yo resollamos a coro como asmáticos en crisis. Podría apostar que ambos roncamos. En alguna parte he leído que, para evitar morirse en sueños, él duerme con la máscara que usaba Tom Cruise en Top Gun y yo que, por las noches, aprieto los dientes y lucho contra el mal, nunca me voy a la cama sin mi férula acrílica de boxeador de peso completo, soñando con lo que mañana habré de preguntar. La angustia de preguntar. Preguntar es, en el fondo, una especie de deporte dandy. Nunca escribo preguntas y esta noche no es la excepción, pero no sé por qué me han invadido unas agujitas de hielo en la nuca, unos nervios bobos de practicante. No sé qué carajo le voy a preguntar. Lo único que sé es que ya estoy adentro, cómodamente instalado en su soberbio loft de la avenida Libertador. Como todo un clásico fan, me he colado impunemente en una fiesta ajena: la entrevista obtenida por mis amigos de “Cosas” y así, sentadito, por fin, frente a este ídolo enorme, debo parecer Johan Fano conociendo a Maradona. La humareda reinante contribuye con nuestra crisis respiratoria. Lanata fuma y fuma sin parar, habla sin parar y, cuando habla, humea como un dragón chino, como un búfalo enfadado, como un transatlántico. Veo cerros de cajetillas de cigarros de todas las marcas por todos lados: sobre el escritorio, en las repisas, entre los libros, en los cajones: cerros de puchos, cerros de cerros. Es el único periodista que se puede dar el lujo de fumar en vivo en un set de televisión. Dejaré de fumar cuando ustedes dejen de robar –les ha dicho a los políticos. Échenle pluma.

Pienso sinceramente en matarme y un segundo después pienso un proyecto y las dos cosas son verdaderas. Bajamos del ascensor y nos recibe un letrero de latón de botica antigua: Mejoral alivia el dolor. Lanata nos abre la puerta sonriente, como si supiera quién diablos somos. Lleva puesta una chompa morada, mi color de la suerte. Lo primero que nos sale al encuentro es un rechoncho perrito raza Pug. Las coincidencias en periodismo no existen, pero yo también tengo un Pug. El mío se llama Bronx; el suyo, Salsa. De modo que este es Lanata, némesis de Cristina, estrella del pop y monstruo de la Argentina. Lo han acusado de absolutamente todo, desde fundar el legendario Página/12 con plata de la guerrilla hasta llevar a la bancarrota el diario Crítica de la Argentina para terminar vendiéndose al Clarín, al que juró jamás volver. He decidido que soy todo lo que dicen de mí. Todo lo que dicen de mí, es cierto. Las paredes de su estudio están empapeladas con fotos y caricaturas suyas, historietas de Liniers, afiches, recortes y portadas que perennizan algunas de sus más célebres ideas: Polaroids, su libro de cuentos, el programa de TV Día D y el de radio, Hora 25, la novela Muertos de Amor, la obra de teatro La Rotativa del Maipo, el documental Deuda, sus videos de rock con la Bersuit Vergarabat, la serie 26 personas para salvar al mundo y su best seller definitivo: Argentinos. Si tamaña versatilidad no es genio, vaya que se le parece que da miedo. Tendrías que ver lo que son las ideas cuando nacen y puedes contenerlas en la palma de una mano. Las ideas son tibias como pollitos y tiemblan porque desconocen su propia fuerza.

Admitámoslo hidalga, amargamente: en Perú no tenemos nada parecido. Y, sin embargo, insisto en consolarme encontrando descabelladas semejanzas, al revés que en una página de amenidades. Lanata también es hijo único. Lanata abandonó la facultad de Derecho. Lanata colecciona anteojos, sombreros, sobretodos, lapiceros, relojes. El tiempo no es su fuerte. Lanata escribía columnas sobre la enfermedad de su mamá y las mamás argentinas sentían que la conocían, que era una amiga de ellas la que estaba postrada en cama. Una enfermedad es algo que bombardea una casa. Porque el destino bombardea y la vida se divide en un antes y un después de aquella aplanadora. Tengo un vacío. Hay en mí un vacío. ¿Es mamá? Lanata casi nunca hablaba con su papá. Sus conversaciones familiares estaban llenas de abismos. Silenciosos precipicios que había que rodear con cuidado. Lo único que extraño de mi infancia es el invierno. Su papá era un hombre callado que consagró su vida a cuidar a su esposa. Muy pocos familiares visitaban su casa. ¡Mejor, que no venga nadie! –gritaba su papá. Cuando en su casa todo era caos y desolación, su tía Nélida llegaba para restaurar la armonía. A mi casa, como un hada madrina, también llegaba, como del cielo, la tía Livia. Es difícil no ser un turista en el dolor ajeno. Lanata se aburre rápido de las cosas y un día se levanta cruzado y lo manda todo al carajo. Si has dejado de reírte, sal inmediatamente de allí. Lanata se aburre como un hipopótamo en el desierto. Lanata desespera. Espera algo que no va a llegar. ¿Será la paz? Quisiera saber. Lanata nunca respeta los conductos regulares, nunca obedece, nunca pone de su parte, nunca acata, nunca se alinea, nunca se adapta. Trato de no adaptar a nadie a este mundo. ¿Por qué todos se empeñan en adaptarme a mí? Nadie puede querer adaptarse a esto. Que se adapten los perdedores. Cuando me quieren reacciono como si me hicieran un favor, como si quererme fuera tan extraordinario que les tuviera que pagar siendo otro. A Lanata lo asusta que se entienda lo que él escribe porque lo desnuda. Lanata siempre fue gordo y pesa tres dígitos y nunca está cómodo desnudo y, sin embargo, trabaja mostrando su imagen, que es lo que menos le gusta de él. Las peores preguntas de un entrevistador siempre son las que se guarda para sí mismo. Si me soporto cada vez menos… ¿soy más débil o más libre? Lanata aspira a ser algún día un niño libre y cruel. ¿Qué significado ocultará el hecho de que, apenas terminamos la entrevista, yo derribara una de las lámparas de su lobby y la hiciera trizas? No sé quién me enseñó a preguntar. Creo que el silencio enseña a preguntar. Como el pañuelo de cualquier dandy que se respete, las preguntas ahorcan con la velocidad de la seda.

- N. del R: Todas las frases en cursiva son de Lanata.


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