Se anuncia una marcha contra la “televisión basura” para el 27 de febrero. Será una marcha de los gustos de una minoría contra los de una mayoría, porque, en efecto, si la marcha se diera a la inversa, el ráting daría cuenta de millones de peruanos marchando a favor de sus programas favoritos, que, para ellos, no son basura.
En una democracia, los derechos de la minoría deben ser respetados por la mayoría. La pregunta es aquí qué derechos de la minoría están siendo violados por la mayoría. Ciertamente, ninguno. Existe un amplio espectro de canales de cable en el que esa minoría puede refugiarse para buscar una programación a la medida de sus expectativas intelectuales.
Tampoco se puede argumentar que “la basura se la dan al pueblo” y, por tanto, es discriminatoria porque “el cable es para unos pocos”. Para comenzar, ya no lo es; luego, basta con decir que la mejor programación cultural y familiar está en el canal de señal abierta con mayor cobertura nacional: el del Estado. Es decir, Esto es guerra y Combate no llegan a la punta del cerro mientras que Marco Aurelio Denegri y su Función de la palabra, sí. De tal modo que, si el espacio radioeléctrico es de todos los peruanos, pues la minoría está proporcionalmente atendida, de lejos, por el canal del Estado.
Quienes convocan la marcha contra la “TV basura” alegan que la discusión no es sobre derechos, sino sobre deberes. Así, la marcha se haría para que los canales comerciales de señal abierta cumplan con las leyes y los reglamentos vigentes, en especial las normas de protección al menor. De esto se seguiría que, si estos se cumpliesen, entonces no habría televisión basura. Es el típico razonamiento precario por el cual la realidad es consecuencia de la ley y no la ley consecuencia de la realidad. En un Estado de derecho, todos estamos obligados a cumplir con la ley. Eso no está en discusión. Pero lo que la marcha busca no es tal porque es obvio que, para sus organizadores, el fondo del asunto no es legal, sino conceptual.
Dejémonos de hipocresías porque esa es la verdadera discusión. Es el estilo de televisión el que está en el candelero más allá de si se cumple o no con la ley. Y ese estilo no es la ocurrencia de un puñado de dueños de medios de comunicación. Por el contrario, es el reflejo de los gustos y valores de una mayoría popular. Contra eso es que alzan la voz los que marcharán este 27, lo que para ellos quiere decir algo bien concreto: los gustos y valores de la minoría son superiores a los de la mayoría y por eso deberían primar los primeros. Porque, si sus gustos y valores no fuesen los que deberían prevalecer, ¿entonces para qué marchan?
En el mundo de las ideas expiradas por la Historia, tal es la doctrina dieciochesca del despotismo ilustrado. Así, el despotismo sobre las mayorías se justifica en función de la legitimidad que otorgaría un espíritu ilustrado. Es este, entonces, el que validaría el “derecho” de una minoría para que la sociedad se ajuste a unos pretendidos valores y gustos superiores que la mayoría no posee.
A diferencia del despotismo ilustrado, en una democracia cualquiera tiene el derecho de manifestarse, incluso, a favor del despotismo ilustrado, aunque quienes lo hagan no tengan ni la menor idea de ello. Lo que sí no es posible en democracia es que los menos les impongan sus criterios a los más. Hacerlo significaría que la democracia ha muerto y, entonces, ya nadie tendría el derecho de salir a protestar, por más “iluminados” que fuesen los manifestantes.
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