El guion de la impunidad es de sobra conocido. Un irresponsable con influencias, contactos personales o familiares y “unas copas de más” atropella a alguien y toma las de Villadiego. Esta vez le tocó la mala suerte a un joven de 26 años, Alejandro Ballón Siles, que, como no podía ser de otra manera, de acuerdo al abecedario de la impunidad, “apareció de la nada” para ser arrollado dos veces por Mateo Silva-Martinot, hijo de un ex ministro de Estado.
El manual de la impunidad dice que ningún hecho objetivo puede contradecir la versión según la cual la culpa del “accidente” es siempre del atropellado. Por lo tanto, adiós video de las cámaras de seguridad y bienvenido el apagón mágico de los minutos fatales. Sí, “Dios es grande” —para escribirlo con guante blanco—. De tal modo que, si hay una decena de testigos que vieron al “de las copas de más” arrasar con todo a su paso, habrá otra decena que diga lo contrario. Palabra contra palabra, es lo “usual” en estos casos.
Luego viene, por supuesto, lo más difícil de explicar: la fuga —que en este caso pasó por arrastrar por segunda vez al infeliz atropellado—. El formato es universal. El mismo, por ejemplo, utilizado en Estados Unidos por el magnate psicópata Robert Durst, que, luego de matar a su vecino en un “forcejeo” por “defensa propia”, descuartizó el cadáver para desaparecerlo en el fondo del mar como si con él no fuera la cosa. “Entró en shock” porque temió que nadie creyera que fuera inocente, alegaron sus abogados para justificarlo ante el jurado. Eso por allá. ¿Y por acá? Pues suena así: “He entrado en estado de shock y del segundo golpe no me he dado cuenta porque yo estaba en pánico tratando de buscar ayuda”. ¡Qué considerado! No fugó, solo fue “a buscar ayuda”. Mientras tanto, tirado en la pista como un despojo, quedó en coma el chico que, no lo olvidemos, “apareció de la nada”.
Un capítulo especial en el guion de la impunidad es el de los abogados. Sus líneas merecerían una revisión de quienes los contratan con estos fines porque… ¡son tan previsibles! Desde que vemos las mismas caras de palo de siempre defender los mismos casos impresentables, la indignación cede el paso a la risa cuando el doctorcito hace piruetas argumentales para las cámaras de televisión con el fin de justificar lo injustificable. Los “pobres” letrados al menos venden caro su ridículo. Pero uno no puede dejar de pensar si aquí hay justicia divina, pues, ¿qué peor favor para el que busca la impunidad que a tu abogado no le crea ni el gato?
Finalmente, está el tema de la responsabilidad. El que es mayor de edad debe asumir la suya. Nadie reprochará el sentimiento paternal por el hijo caído en desgracia. Pero si un “hombre de Estado”, es decir, un ex ministro que, como líder, debe dar el ejemplo social de cumplir y hacer cumplir las leyes toma partido por su hijo, que las ha infringido, pues le debe una explicación no solo a la familia afectada por la conducta del hijo mayor de edad, sino a la sociedad entera. Sobre todo si, cuando ministro y víctima él mismo de un delito informático –mucho menor que el de atropellar a alguien y fugar–, no dudó en hacer prevalecer la ley contra un periodista que terminó preso.
Pero, luego de una semana del atropello, lo único que ha dicho al vuelo el ex ministro es un indignante “mi hijo ha reconocido su error”. ¿¡Error!? ¿Ese es el esbozo de disculpa pública del “hombre de Estado”? ¿Esa la grotesca defensa que banca al hijito de papá? De la justicia dependerá si se traga o no el libreto de la impunidad.
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