Un dato que ha pasado inadvertido por los expertos en política regional es el relativo enraizamiento de los partidos nacionales en la costa norte del país. De las 26 alcaldías provinciales de La Libertad, Lambayeque, Piura y Tumbes, 13 fueron ganadas por partidos nacionales (APP, Apra, AP), mientras el resto por movimientos. Las provincias de Áncash también están divididas por igual (entre organizaciones regionales y partidos); el fujimorismo ganó en las dos provincias cajamarquinas cercanas a la costa, y en San Martín (al oriente) se avizora un duelo regional entre apristas y fujimoristas.
Esta geografía electoral no es casual. Décadas de dominio aprista en el norte generaron legados. Si bien es cierto que el norteño ha dejado de votar por la estrella, ha adoptado con facilidad el clientelismo empresarial de APP y de los operadores del fujimorismo. El radicalismo antisistema parece no prender en las ciudades más mercantilizadas, tanto en sus versiones más sólidas como informales. Tampoco creo azaroso que el sicariato y la inseguridad –en su conjunto– se expandan con mayor facilidad en este corredor económico. Es el tipo de oferta partidaria –clientelar– el que se arraiga donde domina la informalidad y la ilegalidad.
El anverso del mapa –el telúrico sur– sigue siendo fragmentado y antipartidario. El legado de la izquierda –que alguna vez caló– se difumina entre discursos desarticulados. Si los Acuña reemplazaron al aprismo en el norte, en el sur no ha existido organización que llene el vacío. El radicalismo queda solo en la decisión electoral individual y en candidatos subnacionales que aprovechan oportunidades, pero no construyen proyectos. Así se mantiene la división política más arraigada en la historia del país.
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