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Opinión

Ayer fue día de manifestación en Brasil. En las principales ciudades del país, cientos de miles de participantes salieron a las calles en apoyo a Lava Jato, en respaldo a Sergio Moro, y en contra de las maniobras procorrupción de diputados y senadores.

Después de varios meses de campaña, y 2.3 millones de firmas, el proyecto anticorrupción ingresó a la Cámara de Diputados. Los diputados hicieron varios cambios para debilitar la propuesta e incluyeron una cláusula de amnistía total a los políticos por el uso de dinero de la corrupción en el financiamiento de los partidos. El martes, esa amnistía fue votada en la madrugada, literalmente “entre gallos y medianoche”.

La otra fuente de indignación fue el intento del senador Renán Calheiros de votar, en régimen de urgencia, una ley para restringir la autoridad y los plazos de las investigaciones del Ministerio Público y amenazar a los jueces con denunciarlos por abuso de autoridad.

La situación de Temer es frágil. Él necesita el apoyo del Congreso para aprobar las medidas de ajuste fiscal y la reforma del sistema de pensiones, pero no puede oponerse a la indignación de las calles contra la corrupción del Congreso.

La manifestación de ayer evidencia que la lucha contra la corrupción sigue siendo el eje de la polarización política en Brasil. A pesar de la campaña previa del PT en contra de las medidas de ajuste fiscal, sus consignas no fueron bien recibidas por la población.

Si se logra aprobar las 10 Medidas Contra la Corrupción, bloquear la amnistía a los corruptos y la ley contra Lava Jato, y aprobar el ajuste fiscal, Brasil habrá realizado cambios extraordinarios en tiempo récord.


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