Las delaciones de Odebrecht han sido como una ametralladora en campo abierto. No quedó partido sin muertos ni heridos, y sus líderes fueron las principales bajas. Entre tantos corruptos, la corrupción de Lula y del PT ha quedado relativizada. Ahora, entre los políticos tradicionales, la corrupción dejó de ser un factor diferenciador.
En la medida en que la imagen de corrupción se propaga entre la aristocracia política, Lula recupera su fuerza electoral. En 18 meses él ha consolidado su posición en el primer lugar, pasando de 20% a 30% en primera vuelta, y ganando a casi todos en segunda vuelta. Sin embargo, su rechazo es de 45%.
Además, hay que considerar las nuevas tendencias políticas.
Los liberales, que lideraron el movimiento por el impeachment de Dilma, aunque son muy jóvenes y su imagen es más de intelectuales que de líderes políticos, han ganado presencia mediática.
Las corrientes conservadoras están expandiendo y ganando una importancia que no tenían desde la caída de los militares. El diputado Jair Bolsonaro, de derecha, está creciendo, pasó de 9% a 15%, ya está en segundo lugar, y perdería por solo 11% en una segunda vuelta con Lula.
Aunque el juez Sergio Moro no sea candidato ni tenga afiliación política, su nombre es voceado espontáneamente, y en la encuesta nacional del Folha de Sao Paulo (periódico amigo del PT), él obtendría 42% versus el 40% de Lula, en una segunda vuelta.
Ganará las elecciones la alianza política que mejor maneje los 4 temas clave de la campaña: corrupción, populismo, reforma económica y reforma política. La continuidad o no del cambio institucional en Brasil va a depender de quienes muevan bien esas piezas.
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