El 31 de agosto fue un día de cambios en Brasil: en la mañana Dilma fue retirada del gobierno, y en la tarde Temer asumió la presidencia en forma definitiva. Fuera del Partido de los Trabajadores (PT), todos aprueban la sanción a la incompetencia y corrupción del gobierno y celebran el retorno a la alternancia democrática.
Para el PT este proceso ha sido traumático, pues ha representado tres pérdidas: credibilidad ética, credibilidad política y control del poder federal. La primera fue por Lava Jato, la segunda, por la crisis económica, y la tercera por el impeachment.
Desde fuera del gobierno, el PT está movilizando a las organizaciones petistas (políticas y sociales) para realizar marchas violentas en contra de Temer, está apelando ante el Supremo Tribunal Federal (STF) para anular el impedimento de Dilma, y está gestionando con gobiernos extranjeros y partidos de izquierda para aislar diplomáticamente al Brasil.
Las fuerzas anticorrupción también van a recurrir al pleno STF para lograr la inhabilitación política de Dilma y la sanción del presidente del STF, Ricardo Lewandowski, por violar la Constitución.
Para Temer, el desafío está en resolver la crisis fiscal, reformar la seguridad social y reactivar la economía, y está obteniendo logros iniciales significativos. Para la población y los agentes económicos lo que interesa es el retorno del crecimiento, y los conflictos del PT no resuenan con esa preocupación.
Ya en plena campaña electoral municipal, la mayoría de los actores políticos están enfocados en aprovechar las oportunidades que les abre la crisis del PT. Rápidamente el país está asimilando la nueva situación política.
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