En 2015, el PT y Lula se sentían los dueños del país. La coalición PT-PMDB-PP aparentaba solidez, las estrategias electorales eran efectivas y la institucionalización de la corrupción (Petrobras, Odebrecht, OAS, BNDES, etc.) permitía financiar todo. Sin embargo, el 31 de agosto de 2016, Dilma Rousseff fue vacada y, sorpresivamente, el PT se vio sin la Presidencia de la República.
Ahora, el PT ha iniciado una contraofensiva en tres planos: jurídico, político y orgánico.
En lo jurídico, Lula ha tomado la mayoría del Grupo 2 de la Corte Suprema (STF) y ya obtuvo dos resoluciones que lo favorecen. Él no controla el pleno del STF (Grupos 1 y 2) pero su influencia ha crecido.
En lo político, Lula argumenta que la gente vivía mejor cuando él era presidente, y que él sabe cómo salir de la crisis. Para el 30% de la población este discurso tiene sentido, ellos mejoraron durante el gobierno de Lula y no entienden por qué la economía demora tanto en recuperarse.
En lo orgánico, Lula está organizando el 6º congreso del PT. Aún con una severa reducción de sus miembros, y la pérdida de más de ¾ de las municipalidades, el PT es el partido con mayor número de militantes en el país. Apostando en el potencial electoral de Lula, las esperanzas de los petistas están creciendo.
La manera de ver la política en Brasil ha cambiado y la imagen del PT y del propio Lula está moralmente deteriorada. Sin embargo, el PT está mostrando que sabe mover sus piezas en el tablero. Los demás partidos van a tener que ajustar sus estrategias si no quieren ser desplazados por el PT y asistir la destrucción de lo avanzado en la renovación de la política brasileña.
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