Lo acontecido el viernes en el Congreso entre la bancada oficialista y la oposición es de una vergüenza inaudita y una irresponsabilidad indefendible por parte de quienes, se supone, representan la gobernabilidad en el país. Es increíble que en el horizonte de los parlamentarios estén primero los pequeños intereses partidarios de cuotas de poder por presidir e integrar la próxima Mesa Directiva que la urgencia económica y de seguridad que reclama una aplastante mayoría ciudadana.
La presidenta del Congreso no quiere desaforar a un congresista patibulario pedido por la justicia porque perdería un voto que puede ser decisivo para que el humalismo se haga con la última Mesa Directiva de este régimen. La oposición, en el mismo juego de poder barato del humalismo, hace cuestión de Estado del desafuero del tal Yovera porque sabe que, sin ese voto, sus posibilidades de conquistar la presidencia del Congreso se acrecientan, en la medida de que el accesitario es de las filas del fujimorismo.
O sea que, en buen romance, dependen de un truhán las expectativas del oficialismo y de la oposición, y, por lo tanto, la disputa es –como decía José Antonio Primo de Rivera— “por los restos desabridos de un banquete sucio”. Porque es en eso en lo que se ha convertido la presidencia del primer poder del Estado, para tragedia de la democracia, que, por lo visto, a la “clase” política le importa un bledo.
Mención aparte merece Pedro Cateriano, víctima de este despropósito en el Legislativo. Cateriano ha actuado de buena fe. Ha hecho todo lo que un presidente del Consejo de Ministros debe hacer para generar los consensos necesarios con las fuerzas políticas de la oposición. Ha visitado a los líderes del fujimorismo y del aprismo que aseguraron que apoyarían con su voto la delegación de facultades legislativas en materia económica y de seguridad ciudadana solicitadas por el gobierno. Ha guardado perfil bajo en el escándalo político que involucró a la primera dama con gruesas denuncias en su contra, concentrándose en su papel de premier, sin salir a defender lo indefendible. En síntesis, Cateriano ha sido hasta hoy un primer ministro responsable y mesurado que ha asistido a la hora señalada al Congreso a solicitar lo que la oposición se había comprometido a otorgarle, luego de escucharlo.
Pues bien, digámoslo con todas sus letras: es la oposición la que ha actuado de mala fe con Cateriano diciendo una cosa y haciendo otra. No ha querido escucharlo, quitándole quórum al pleno de la representación nacional. No le ha querido dar las facultades; eso es todo. Estaba en su derecho de votar en contra de la delegación, pero ha preferido la hipocresía de inventarse una coartada moralizadora para justificar su balacera con el oficialismo en el hemiciclo: un asco.
Es cierto que el país no se va a detener ni el gobierno se va a caer porque no le otorgaron las facultades delegadas. Es cierto también que lo que el gobierno no hizo en cuatro años es probable que no lo haga en el último que le queda. Pero ese no es el punto. El punto es la mala fe. No se puede confiar en los que tienen mala fe y, por lo tanto, la política se hace inviable, tanto como que un truhán como Yovera sea hoy la prioridad de la agenda nacional y no la seguridad que todos los peruanos reclamamos a gritos, así como la economía que se nos escapa de los bolsillos.
Lo más repelente son los fustanes al viento. ¿Qué hace Nadine Heredia pontificando sobre gobernabilidad si ella ha hundido la de su marido? ¿Acaso no es obvio que lo que busca es legitimarse políticamente después de que quedara al desnudo como una vulgar aventurera? ¿Y Luis Iberico rasgándose las vestiduras como vocero del desafuero de Yovera? ¿Acaso no es él el favorito de los consensos para presidir la fórmula de la oposición a la Mesa Directiva?
Y así, mientras que la disputa sigue por los despojos en que se va convirtiendo la democracia, el 77% de los peruanos están hartos y quieren mano dura. Las conclusiones están a la orden del día.
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