Juan José Garrido, el director de Perú21, conmemoró ayer en su columna el natalicio del Premio Nobel de Economía Milton Friedman. La cita que hace de una de sus célebres frases me ha dado el pretexto para escribir mi columna dominical.
“Uno de los grandes errores es juzgar a las políticas por sus intenciones, en lugar de por sus resultados”, dijo Friedman. El objeto de este potente mensaje se suele direccionar como una crítica a las decisiones que toman los Estados y sus gobiernos en pro de sus ciudadanos y que terminan originando todo lo contrario. Sin embargo, la frase de Friedman no es, ni por asomo, una crítica exclusiva al sector de los asuntos públicos, calza también como guante para el sector privado. Hoy más que nunca.
La Rosita es una chica de 28 años, rubia y espigada, egresada y titulada en Administración de Empresas de la Universidad de Lima. Como es excelente en lo que sabe hacer –o sea administrar–, no le costó conseguir un trabajo bien remunerado para el promedio del mercado en uno de esos grandes almacenes que se abren hoy en Lima a cuenta del crédito de sus clientes. Muy pronto sus cualidades la llevaron al estrellato de la responsabilidad, encargándosele la gerencia de compras internacionales de la cadena de tiendas por departamento. Viajando por trabajo a Tokio, Londres o Miami, la Rosita cayó rápidamente en cuenta de dos cosas. Uno: ella se había convertido en uno de los pilares más productivos de la empresa. Y dos: ganaba muy poco para lo que hacía.
Porque, aunque gerente y as de las operaciones compra-venta, la Rosita percibía menos que otros gerentes un poco más sedentarios en sus quehaceres. Cuando preguntó el porqué, la respuesta fue la siguiente: es política de la empresa que solo aquellos empleados que tengan una maestría puedan acceder a sueldos por sobre la escala de aquellos que no la tienen. Esto en función de que la empresa está en proceso de que una “acreditadora internacional” le conceda un numerito con un preciado “estándar de calidad”.
La Rosita no tiene ninguna maestría. Por lo tanto, para ganar lo que perciben sus pares, la cuestión no era la productividad –ni qué decir ya la responsabilidad–, ¡sino un cartón que acredite que la acomodada miraflorina tiene el mismo grado académico que Erasmo!
Conclusión: la empresa, gracias a su política de “acreditación de la calidad”, va camino a perder a su gerenta estrella porque a la Rosita no le interesa un ardite perder su tiempo sacando maestrías –buenas o de esas que se adquieren por cuatro reales en cualquier universidad– que no son más que una traba burocrática privada y mercantilista contra la competencia y la productividad. Como verán, a la Rosita le encanta Friedman. Por eso ya cogió el avión para Chicago. Allá le espera una entrevista. Google no cree en maestrías, solo en la genialidad.
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