22.NOV Viernes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
Clasificados
Opinión

La nueva defensa que se ha perfilado esta semana sobre las investigaciones e imputaciones a la primera dama es que obedecen al sexo de la misma. Es decir, el debate no sería tan intenso ni las reacciones tampoco si es que Nadine Heredia se llamara Alan García, Alejandro Toledo o Alberto Fujimori. Pongo estos tres ejemplos de varones adrede porque, como resulta obvio para cualquiera con un poco de memoria, los mencionados ex presidentes han sufrido todo un alud de críticas, señalamientos y groserías que no han cesado hasta hoy sobre la base de hechos ocurridos –o ficticios– antes, durante y después de sus respectivos mandatos.

Miles de portadas, caricaturas, parodias, horas de televisión y marchas dan cuenta de que estos personajes han generado pasiones desbocadas que seguirán hasta que se mueran y, los que trasciendan en la historia, aun después de muertos. Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido esgrimir hasta hoy como argumento de defensa para los susodichos que esta violencia política, crítica, gráfica y verbal en su contra se deba al hecho de que son varones.
¿Por qué entonces sí sería lícito aceptar el argumento de defensa de género cuando se trata de una mujer expuesta a la opinión pública?

Cuando la señora Heredia empezó a ocupar un lugar preminente en el gobierno del presidente Humala, a inicios de su mandato, generó una explosión de adhesiones y aplausos de un amplio sector de la opinión ciudadana, tal como lo revelaron durante mucho tiempo las encuestas. Hubo apenas unos pocos –entre los que me incluyo– que criticaron un rol que excedía los límites constitucionales de la elección popular y que, por lo tanto, no le imponía deberes ni consecuencias políticas al quehacer de la señora Heredia (había que agradecerle, se decía, ser la artífice de que su esposo haya abandonado las banderas rojas del chavismo y apuntalarla en ello). No era, pues, nada personal, sino simplemente una crítica política a alguien que estaba haciendo política al más alto nivel.

En ese entonces, aquella minoría crítica fue tachada de “machista”. Se decía, lo recuerdo muy bien, que lo que estaba detrás de los señalamientos era que algunos no podían soportar a una mujer en un rol de poder. Si el machismo era el tema, ¿cómo, entonces, la señora Heredia tenía la abrumadora aceptación popular que atravesaba todas las clases sociales de hombres y mujeres por igual?

Hoy los papeles se han revertido. Los que alguna vez la amaron o la vieron con simpatía y esperanza la han abandonado, por decir lo menos (incluyendo a los de su propio partido, ¿cuántas mujeres allí ya le han dado un portazo?).
Así pues, ¿los mismos que la ovacionaban ayer son machistas hoy porque le lanzan huevos?

Si las críticas tienen la magnitud que tienen y desatan pasiones, no es porque sea mujer la señora Heredia, sino porque está en la cima del poder y cogobierna con su marido. Eso del “gobierno familiar” no lo inventé yo, por cierto: son palabras textuales del propio presidente.

El punto está en que son pocas las mujeres en la política. Ese es un hecho. Pero que sean pocas no les da derechos superiores a los de los varones cuando de yerros se trata. Creerlo así no es más que admitir que las mujeres son inferiores, toda una paradoja tratándose del feminismo y una lacra más del subdesarrollo por superar.


Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.