Mientras que Patty del Río añora a los ídolos ochenteros de largo aliento en la iconografía popular y, por otro lado, un sector de “ilustrados” –si tal cosa existe por acá– despotrica contra los musculosos con cabeza de chorlito de “Combate” y “Esto es guerra” porque descerebran a la audiencia juvenil que los sigue en masa, el tema de los referentes aspiracionales en el Perú empieza a desbordar ya lo inimaginable.
Esta semana, la Fundación ANAR celebró su almuerzo anual de recolección de fondos para los niños menesterosos. El almuerzo benéfico fue todo un éxito y permitió que diversos protagonistas del mundo social, político y empresarial intercambiaran saludos e información de la actualidad. En ese grato ambiente de distensión social, tuve la suerte de conversar con Patty Chirinos, la joven alcaldesa de La Perla, sin duda una digna heredera política de su padre Enrique Chirinos Soto.
Preguntándole cuál era el principal problema que había encontrado en su pequeño distrito de la provincia constitucional, me dijo la alcaldesa que es la falta de infraestructura. No había lo elemental para llevar con fluidez una administración adecuada –¿no es vecina de La Perla una de las sedes del enjaulado Marcelo Odebrecht?— y la falta de recursos la agobiaba, porque muy pocos pagan sus arbitrios, empezando por el Estado, representado por el Ministerio de Marina, que es moroso con el municipio desde que se hundió el Huáscar.
Con inteligencia y buen humor, Chirinos ha ido solucionando, en la medida de sus posibilidades, los problemas que aquejan a sus vecinos –¿Félix Moreno no le podrá dar una manito ahora que por resolución judicial está arraigado en el primer puerto a tiempo completo y dedicación exclusiva?— y, optimista, me comentaba sobre sus sueños y proyectos para La Perla. Sin embargo –y pese a que la infraestructura es un asunto fundamental para cualquier administración edil–, le hice notar mi sorpresa porque el problema número uno –sobre todo allí— no fuera el de la seguridad.
Su respuesta me dejó perplejo. La delincuencia, me dijo conmovida, se ha convertido en un referente social en un importante sector del Callao. Ser delincuente es hoy aquí haber triunfado en la vida. Es un signo de estatus, de éxito y de orgullo familiar. Los domingos, prosiguió desencantada, se organizan gigantescos paseos campestres a los penales, como si se tratara de ir a la playa o al Parque de las Leyendas. ¡Vamos a los penales!, gritan los niños emocionados. ¡Mi hijo está en Lurigancho!, exclama sacando pecho un padre o una madre. Estar preso es así como estar internado en Oxford o en Cambridge. Todo un logro social.
Por eso, digo yo, la delincuencia ya no es un problema en situaciones límite como las que cuenta Patty Chirinos con valentía. Es como una discapacidad con la que uno tiene que aprender a vivir permanentemente. De ahí que los problemas terminan siendo otros y ya no el ojo o la pierna de menos, si cabe la ironía.
La gran pregunta es, entonces, si como sociedad se nos habrá ya gangrenado un miembro. Mientras, me entero de que sacan del aire a “Combate” o “Esto es guerra”, da igual. Nunca pensé que lo diría, pero, así como van las cosas, con sicarios por ídolos de masas, ¡cómo vamos a extrañar a los musculosos y a las culonas cabezas de chorlito!
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