“Tras la detección de los plagios cometidos por el cardenal Juan Luis Cipriani en diversas colaboraciones con El Comercio, el diario, después de dar a conocer su posición sobre lo explicado por el cardenal, procedió a retirar los dos artículos suyos que figuraban en su web. […] Los textos fueron retirados porque el diario no publica artículos en donde aparecen como de quien los firma textos que en realidad son de terceros. […] Está claro que el diario no publicará más artículos del cardenal”.
Lo que está claro y creo que para todos –independientemente de la posición que se tenga sobre el cardenal— es que metió la pata y las consecuencias para él están siendo funestas. Sus amigos no han sabido articular una defensa creíble –los argumentos del “odio a la Iglesia” y la “celada” dejan mucho que desear— y, por el contrario, inciden aún más en una situación bochornosa.
De otro lado, sus enemigos, que son legión, no han desaprovechado su cuarto de hora para escupirle en la cara y reventarlo moralmente. Mientras, el cardenal ha reconocido su error, ha pedido disculpas, pero ha ensayado una explicación intelectualmente anémica que no debió haber dado en la medida de que ha servido como insumo para hacer más ardiente la hoguera en la que sus enemigos lo están quemando. Debió haberse quedado en las disculpas y nada más.
A mí me cae bien el cardenal. Ahora que está en su momento más difícil, lo digo sin ambages. Eso, sin embargo, no me lleva a tapar el sol con un dedo, avalar su conducta o tratar de explicarla. Sin embargo, si en algo puedo ayudarlo, es poniendo en debate el tema de las comillas como requisito de la honestidad intelectual a la hora de las citas periodísticas, que es el caso que nos ocupa.
Al cardenal se le reprocha con justicia que no citó a los verdaderos autores de las frases o párrafos que firmaba como suyos en sus colaboraciones para El Comercio. Sin embargo, se ha hecho común citar al cardenal en varios artículos de opinión y hasta en notas informativas, con comillas bien puestas, sobre una frase que él no dijo jamás, a saber: “Los derechos humanos son una cojudez”.
Tal “cita” ha devenido en la favorita de la izquierda y sus voceros periodísticos cada vez que se trata de señalar al cardenal como un enemigo de los derechos humanos. A la izquierda, en realidad, le da lo mismo que el cardenal haya dicho que “la CNDH (una ONG) es una cojudez”, pues, en su concepción totalitaria del mundo, solo la izquierda y sus organizaciones son la encarnación misma de los derechos humanos.
Sería bueno y justo que la desgracia del cardenal la compartan también todos aquellos que han hecho lo mismo que el purpurado, pero al revés. Citar con comillas una falsedad y atribuírsela a alguien sin pestañear es una deshonestidad intelectual que tampoco debe quedar impune.
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