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Opinión

Carlos Meléndez,Persiana Americana
La colección de libros más importante del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) se llama “Perú Problema”. Augusto Salazar Bondy, José Matos Mar, Fernando Fuenzalida, Heraclio Bonilla y Julio Cotler, entre otros reconocidos pensadores, publicaron sesudos clásicos de las ciencias sociales peruanas en esta serie iniciada en 1968, cuatro años después de la fundación del IEP.

El nombre es sintomático, porque desde hace 50 años el instituto ha diagnosticado ese problema tan grande que tenemos entre manos que se llama país. Mientras cada nueva oportunidad causa ilusiones desmedidas en sectores de distinto bagaje ideológico y político (el velasquismo, el retorno a la democracia partidaria, el fin de Sendero, el fujimorismo, el fin del fujimorismo, el crecimiento económico de país de ingreso medio), el IEP siempre ahuyentó aquellos pajaritos en el aire. El tiempo –medido en vigencia– le dio la razón. Es que en el Perú, disculpen la crueldad, el intelectual está condenado a ser pesimista.

Por eso dudo si, efectivamente, el IEP es un think tank convencional, porque su esencia no está en “responder preguntas” (como bien definió el director de este diario ayer) sino en plantearlas. Hay una distancia fundamental entre trazar problemas y tratar de resolverlos. Esa es la división natural entre intelectuales (pesimistas por naturaleza) y políticos y tecnócratas (optimistas por obligación). La pregunta busca evitar el sesgo político e ideológico, es la práctica del observador inconforme. La respuesta, en cambio, siempre lleva agua para molinos partidarios.

En la desértica intelectualidad, el IEP es su oasis. Que las merecidas celebraciones no nos hagan perder de vista la enorme responsabilidad de aguafiestas que queda por delante.


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