La concesión del Premio Nobel suele desatar controversias, a veces de carácter político. Todavía se recuerda que, en 1958, Boris Pasternak debió renunciar al galardón por presiones de las autoridades soviéticas, que tomaron el fallo de la Academia Sueca como un desafío de Occidente al sistema comunista. Kruschev y sus camaradas arremetieron contra el indefenso poeta, al que llenaron de insultos y amenazas, y lo llevaron al borde del suicidio. Curiosamente, 20 años atrás, Hitler también había montado en cólera cuando se le otorgó el Nobel de la Paz al disidente Carl von Ossietzky, franco opositor al rearme alemán, quien languidecía en un campo de concentración. El Führer prohibió que sus conciudadanos recibieran tal distinción.
En 1964, Jean-Paul Sartre se dio el lujo de rechazar el Nobel. Adujo que era un librepensador y que no quería ser “institucionalizado por el Oeste o por el Este”. Sin embargo, la verdad era otra. La Guerra Fría estaba más viva que nunca y el autor de Los caminos de la libertad, que simpatizaba con el régimen soviético, se resistía a enturbiar sus relaciones con el Kremlin. Pero Sartre no fue tan consecuente. Al cabo de una década, tuvo la peregrina idea de pedirle a la Academia, por lo bajo, que le entregara el dinero del premio. Naturalmente, los suecos se hicieron… los suecos.
Aquel episodio bochornoso contrasta con el que protagonizó George Bernard Shaw, al que le fue otorgado el Nobel en 1925. El ácido escritor irlandés quiso rechazarlo por una cuestión de principios, pues estaba en contra de los honores públicos. Al final, su esposa lo persuadió de que aceptara el premio como un homenaje a Irlanda. No obstante, Shaw era testarudo y, para no ceder del todo, se negó a recibir la dotación económica. Sarcástico, como de costumbre, señaló que “el dinero del Premio Nobel es un salvavidas arrojado a un nadador que ya se encuentra a salvo en la orilla”.
El elegido de este año, el novelista francés Patrick Modiano, no se ha librado de una sarta de denuestos. El diario británico The Guardian ha sido altisonante y lapidario al considerar el fallo como un escándalo. Acusa a la Academia Sueca de eurocentrismo y de plataforma contra la hegemonía estadounidense, como lo probaría el hecho de que, por enésima vez, no le dieran el Nobel a Philip Roth. Asimismo, le reprocha un presunto esnobismo por recompensar a escritores oscuros.
En realidad, se trata de comentarios injustos que solo delatan ignorancia. Quizá Patrick Modiano sea poco conocido fuera de su país, pero su vuelo literario no tiene nada que envidiar al de sus colegas de extramares. Posee un estilo propio, una voz tan sencilla como sutil, capaz de indagar en las contradicciones del individuo y de confrontar su rol frente a momentos cruciales de la Historia. Y no es, en absoluto, un autor difícil o hermético. Más bien, se parece al hombre de la calle que nos sorprende con prodigiosas revelaciones. Por suerte, gracias al Nobel, fascinará a nuevos lectores.
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