07.NOV Jueves, 2024
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Opinión

En el siglo XIX, Baudelaire advirtió con mucha lucidez que las ciudades cambiaban más rápido que los hombres. Esta observación cobra mayor vigencia cuando la modernidad se apodera de la ciudad e impulsa una transformación que propone la renovación del modelo constructivo, a la par que genera una nueva organización de la sociedad. Después, la irrupción de la llamada posmodernidad postula una revaloración de la arquitectura como actividad humana y recupera aspectos de la tradición que pueden contribuir a una mejor articulación del espacio urbano en beneficio de los ciudadanos.

Reynaldo Ledgard aborda estas cuestiones en La ciudad moderna (Fondo Editorial PUCP, 2015), volumen que recoge una selección de ensayos que abarcan más de tres décadas de reflexión sobre la problemática arquitectónica nacional. Es un libro especializado, aunque no técnico, lo que permite que sea asequible para un lector medianamente informado. Escrito con un lenguaje claro y sencillo, sobresale por su solidez conceptual y por la coherencia con que anuda el discurso teórico y la praxis profesional. Ledgard se arriesga y formula juicios polémicos, como destaca Gustavo Buntinx en su sesudo prólogo, pues no solo analiza con singular perspicacia el fenómeno del crecimiento y desborde de la capital, sino que se arriesga y plantea soluciones para una urbe que parece haberse precipitado en una espiral autodestructiva sin fin.

Ledgard es uno de los pocos arquitectos peruanos que han conseguido amalgamar perfectamente una vena intelectual con el quehacer creativo. En ese sentido, junto con sus trabajos arquitectónicos, debe resaltarse su versatilidad multidisciplinaria (además de la docencia universitaria, ha ejercido con rigor la crítica cinematográfica y de artes plásticas, y ha dirigido documentales). Salido de las canteras de la UNI, desde muy joven se inclinó por una arquitectura de interés social. De ahí su participación en sendos proyectos como los de Limatambo y Huaycán, propuestas que priorizan la construcción de un espacio comunitario antes que físico y que constituyen alternativas originales y viables frente a la amenaza de la informalidad. Después de todo, Ledgard sostiene que la noción de utopía prevalece en el contexto local y que ello implica conciliar la renovación del lenguaje arquitectónico y urbanístico con un modelo de cambio social, de tal modo que el poblador sea capaz de concebir cómo debe ser su ciudad, pero también de intervenir críticamente para aportar a su transformación.

La ciudad moderna es un libro polivalente que marcará un hito en su género. Más allá de su temática, se impone como una ejemplar declaración de principios, como una estética y ética del oficio de arquitecto.


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