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Opinión

Lo primero que pensé cuando supe que el Premio Nobel de Literatura había sido otorgado a la bielorrusa Svetlana Alexiévich es que la Academia Sueca había decidido, finalmente, reconocer el periodismo como un género literario. Me alegré –después de todo, soy un hombre de prensa– porque siempre he considerado que este oficio ha sido minusvalorado y que la buena prosa trasciende los géneros. No obstante, me entró una duda: ¿son los mismos criterios los que determinan que un trabajo periodístico y una obra literaria sean óptimos? Por supuesto que no. Cuando juzgamos un reportaje, no interesa tanto si el lenguaje es brillante, sino efectivo y funcional. Lo que nos importa es su fidelidad con respecto a la realidad y la coherencia en la exposición de los hechos. Los periodistas ortodoxos desdeñan la ficción.

No es mi intención retacear méritos a la ganadora del Nobel, pero debo decir que su método no es nada del otro mundo. Lo que hace Svetlana Alexiévich es lo que han hecho todos los periodistas desde siempre: recoger testimonios de primera mano sobre un acontecimiento en particular. La diferencia, en su caso, es que, en lugar de elaborar una historia a partir de las entrevistas realizadas, opta por presentarnos las voces de los individuos interpelados, pero sin que aparezca el reportero. Alexiévich no se parece a Capote o Mailer, escritores de ficción que reelaboran episodios reales y se permiten recrear escenas de las que no han sido testigos directos. No, ella se limita a ofrecernos una serie de monólogos, transcripciones de los relatos orales que le han confiado sus entrevistados, sin interpolaciones ni descripciones de su apariencia o del ambiente. La gracia de su propuesta reside en su capacidad para editar los textos y articularlos como una polifonía donde cada voz entra en el momento preciso, para apuntalar o contrastar el testimonio anterior, de tal modo que configura una suerte de coro griego que le da una extraña y poderosa resonancia a lo que quiere expresar. Más aún, como en las novelas, apela a los sentimientos y emociones.

¿Es literatura lo que hace Svetlana Alexiévich? No lo sé. ¿Por qué? Porque, en principio, la escritura literaria se basa en la imaginación. Es decir, lo que se privilegia reside en la invención. La realidad pura y dura, tal como ella la expone, corresponde a una actitud documental. Ciertamente, hay creatividad en la manera de seleccionar los discursos y orquestar una visión poliédrica de los hechos. Y, en esa perspectiva, es notable porque recoge los testimonios de la gente de a pie, no la de los grandes protagonistas de la Historia, sino la de los ciudadanos corrientes. Aquellos que, como usted y yo, sufren y padecen en su lucha cotidiana contra la adversidad.


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