Carlos Meléndez,Persiana Americana
Cuando la popularidad empezaba a sonreírle, el gobierno se encontró con un nuevo escollo: la oposición. La nueva presidenta del Consejo de Ministros, Ana Jara, no logró el voto de confianza en la primera votación a pesar de –a diferencia de lo sucedido con su antecesor, René Cornejo– haber hecho su chamba: reuniones previas con las principales fuerzas políticas, forjarse un respaldo de personalidades influyentes y coherencia con el último mensaje presidencial. ¿Qué falló?
Insistimos, el presidente Humala tiene una debilidad por el autosabotaje. Su manejo inapropiado de cuestionamientos políticos (‘Cornejoleaks’) y decisiones inoportunas (la candidatura de Diego García Sayán a la OEA) abren flancos vulnerables ante una oposición porfiada. El gobierno no ha zanjado las serias suspicacias de cobijamiento de lobbys empresariales en el corazón del gabinete ministerial. No hay un gesto claro –como podría ser la renuncia de Mayorga– que diluya la polémica de las “puertas giratorias” (provocada por tanto tecnócrata empoderado). Del mismo modo, no hubo timing político en la apuesta por “El Diego” (si es que se quería insistir en un figura que no iba a despertar consensos ni siquiera en el país). La conocida terquedad presidencial es inversamente proporcional a la capacidad del Ejecutivo para realizar gestos políticos adecuados, sobre todo cuando más los necesita. La oposición ha descubierto que puede ajustar al Ejecutivo dilatando su venia. Sin embargo, ¿cuán probable es que arriesgue una jugada más desequilibrante y rechace tajantemente a este gabinete y fuerce a una recomposición mayor? Por el momento, lo que queda claro es que el problema no es de Ana Jara, sino de la animosidad que ha cultivado Humala en lo que va de su gobierno.
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