“El congresista Bruce está haciendo un papelón con todo eso, apareciendo como un maricón en medio de todo”, dijo el ex obispo Luis Bambarén refiriéndose a la cabeza visible de la propuesta de unión civil homosexual que fue rechazada esta semana en la Comisión de Justicia del Congreso. Como es obvio para cualquiera, la “mariconeada” que le espetó Bambarén a Bruce no se debió a la carencia de léxico de un señor mayor de 80 años cuyo referente decimonónico del homosexual es el peruanismo “maricón”, tal como intentaron hacer pasar algunos de sus defensores más compasivos. El hecho de que el monseñor haya situado a Bruce en medio de un “papelón” exime de cualquier comentario sobre la intención peyorativa de sus calificativos.
Ha hecho bien Carlos Bruce en rechazar las pretendidas disculpas del ex obispo de Chimbote. Las disculpas se aceptan cuando son sinceras, cuando quien las ofrece lo hace arrepentido de la ofensa que profirió. No es el caso de Bambarén, quien ha utilizado un formulismo manido al que recurren aquellos que siguen pensando que ellos han dicho la verdad y están en lo cierto, pero que, si esto ofende, pues basta con pedir disculpas a los que se sienten agobiados por no poder soportar el peso de la certeza y la verdad que les choca. Pobrecitos los maricones, dice entre líneas Bambarén y anuncia que rezará por ellos.
Es como si alguien, en el mismo plano irrespetuoso de Bambarén, le pidiera disculpas a él por haberle dicho que, a estas alturas, solo un estúpido puede creer que una mujer puede concebir un niño sin que un hombre la haya penetrado con su miembro viril o, si nos atenemos a la modernidad de estos tiempos, sin que uno de sus óvulos haya sido penetrado con una aguja repleta de espermatozoides. “Por supuesto —diría el irrespetuoso del ejemplo—, si alguien se ha podido sentir ofendido por una verdad y certeza tan grande como esa, pido disculpas a Bambarén y hago votos porque los estúpidos algún día dejen de serlo”.
Aunque el ejemplo es chocante para todos aquellos que creen en el dogma de la virginidad en la fe católica, sirve para poner de relieve que existen otros sistemas de creencias en los que un grupo de personas también puede tener la misma fe, pero en otros asuntos, como es el caso de la unión civil homosexual que hoy agita pasiones. Y como la fe es absolutamente subjetiva porque cada quien puede creer en cualquier cosa –y los dogmas son la mejor prueba de ello–, entonces tan ofendido y maltratado se puede sentir el homosexual al que le dijeron con desprecio maricón y que cree en la unión civil como el católico al que le dijeron estúpido por creer en la virginidad de María.
En síntesis, antes de pedir disculpas en las que nadie cree y que nadie acepta porque son falsas como las de Bambarén, es mejor no proferir la ofensa. Ese es el verdadero desafío a asumir, tenga usted fe en los santos misterios del cielo o en las mundanas andanzas de la Tierra.
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