22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Mientras el fortalecimiento de la derecha extrema en Europa llama nuestra atención, muy cerca de nuestras fronteras, la derecha criolla afina engendros productos de la nostalgia reaccionaria y las falencias de los gobernantes de turno. Augusto Pinochet Molina –nieto del dictador chileno– está a punto de inscribir el movimiento Por Mi Patria como un partido formal y, como tal, participar en la política electoral sureña.

La crisis social que ha movilizado a Chile en los últimos años produjo un rechazo antipartidario que se desbordó por izquierda y derecha. Por un lado, surgieron socialistas jugando a outsiders y líderes estudiantiles mediatizados; por el otro, sectores menos conservadores se movieron al centro, y otros más tradicionales y desencantados de la UDI rompieron para agudizar posiciones. Así, cohesionados por el legado del dictador, surge el neopinochetismo que busca aprovechar el reacomodo de fuerzas, en un contexto en el que ni el gobierno ni la oposición son aceptados. Por primera vez, la desaprobación a Bachelet es mayor que la aprobación; y la desaprobación a la oposición de derecha (la Alianza) llega al 66%.

El neopinochetismo busca disfrazarse de libertario valiéndose de la emergencia de nuevos temas ciudadanos: apoyo al aborto terapéutico, legalización de la marihuana para fines medicinales, regulación de relaciones de hecho de parejas homosexuales. Empero, la cintura no les da para tanto: son anti-inmigrantes y niegan que las violaciones a los DD.HH. del “gobierno militar” (sic) hayan sido política de Estado. En un país donde aún el 20% cree que el gobierno de Pinochet fue “muy bueno” y “bueno”, hay espacio para la visibilidad de una de las derechas más radicales del continente.


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