Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
Monsieur Sinesio ganó una beca de una empresa estatal peruana, de las tantas que pululaban en los 80 por acá. Consistía en irse a Francia a estudiar una maestría en ‘ciencias sociales’. Se fue. Luego de un tiempo se sentía solo, le pauvre. Entonces descubrió lo que era un “Estado de bienestar”. Claro, Francia era rica.
Monsieur Delfín era escultor y le encantaban los falos, se la pasaba días y días cincelándolos. Era un trabajo doloroso, pues en la Lima de los 80 no vendía ni uno. Puso entonces manos a la obra y postuló para estudiar Arte en Francia. Para su gran sorpresa fue aceptado. No cabía en sí. Escogió sus mejores falos y los regaló a sus amigos como recuerdo. Eso sí, antes de irse pasó por una consejería espiritual. ‘Monsieur Paco’ le hizo una ‘lectura’: “Tú siempre serás mantenido”, le dijo Paco con envidia. No se equivocó ni un ápice.
Francia, la generosa, permitió que en atención a los inalienables DD.HH de Sinesio le hicieran compañía Mocha, su esposa, y su hijita Concha. Ninguno masticaba el francés. Todos se instalaron en unas de esas viviendas de alquiler regulado. La maestría de Sinesio naufragó en un restaurante. Mientras, Mocha descubrió el poder del huevo. Compró unos, pintó un letrero y se puso a quitarles la mala suerte a sus vecinos. Entre tanto, durante más de 15 años, Concha estudió a costa del bolsillo de los contribuyentes, entre los que no estaban, claro, ni Sinesio ni Mocha. Más bien, ellos eran beneficiarios de un subsidio porque… “no ganaban lo suficiente”, los pobrecitos.
París no decepcionó a Delfín. Un día en una de sus tantas promenades encontró a su media naranja. Mientras observaba ávido cómo los efebos se amancebaban sobre los mármoles del cementerio Pere Lachaise, oyó que alguien lo llamaba “guapo”. Era un señor mayor. Vente conmigo, le dijo. Delfín no lo dudó dos veces. A la mañana siguiente ya estaba instalado en el departamento de aquel que llamaría, d´hors en avant, “mi viejo mi querido viejo”.
Más tarde aterrizó en Francia toda la parentela de Mocha. ¡Es que no se podía desunir a una familia! Todos terminaron en la cola del seguro de desempleo y para su sorpresa: ¡se los dieron! Hoy todos son franceses y están orgullosos de vivir en un país “con derechos”. Los deberes no están en su vocabulario.
No era “mi viejo, mi querido viejo” el que mantendría “hasta que la muerte los separe” a Delfín. Más bien, se dispuso a tener amante a costa del Estado. Le enseñó todos los trucos de cómo sacarle el jugo al Estado de bienestar y los DD.HH. Fue así como Delfín se hizo de una residencia de 10 años sin trabajar un segundo –rechazaba todos los trabajos sugeridos con un argumento “irrebatible”: no aportaban nada a su “dignidad de ser humano”–, mientras recibía un subsidio inagotable.
Hoy Delfín, Mocha, Concha y Sinesio están escandalizados. Han dado por cierta la humorada según la cual el gobierno consideraría poner en venta la Mona Lisa para pagar la deuda pública de Francia. A grito pelado de ¡abajo la dictadura neoliberal!, ¡muerte a los bancos usureros! y ¡la cultura no se vende!, los susodichos protestan frente al Louvre. Muy pronto, sin embargo, descubren que tienen algo mejor que hacer. Es tarde y cierran las ventanillas de los bancos. ¡Para algo bueno tenían que servir! El cheque de desempleo sale caliente.
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