En tiempos de desilusión con la política, sorprende cuando un personaje arrastra votos masivamente a su favor y es capaz de generar optimismo sobre su mandato. Luis Castañeda se impuso sin sobresaltos en la contienda electoral por Lima y ha despertado ilusión en la mayoría de vecinos. Según Ipsos, el 73% de capitalinos cree que, al final de la tercera gestión solidaria, Lima será una mejor ciudad.
Es asombroso el nivel de confianza que los capitalinos le tienen a Castañeda, a pesar de las acusaciones de corrupción en su contra y los grandes retos que ofrece la ciudad. Analizando en frío, no existen indicios para creer que él administrará la ciudad por el camino del desarrollo planificado. Hasta el momento es razonable reconocer que Solidaridad Nacional no cuenta con la tecnocracia y la transparencia para gobernar eficientemente Lima. Esta exagerada confianza puede resultar contraproducente de no realizarse las expectativas reformistas del electorado.
Según la encuesta citada, el limeño sí quiere las reformas que venía impulsando Villarán. El 81% respalda la política cultural edilicia; el 73%, el mejoramiento del mercado Santa Anita; el 78%, el mejoramiento de la Costa Verde; y hasta un 55%, el desarrollo de corredores viales (tan cuestionados). A quien no quería el limeño es a Villarán y su gente. El 48% no la cree sincera, el 44% no la ve trabajadora, el 29% la considera sin carácter.
Nuestra política es tan personalista que quienes la practican no pueden salir con el floro “imagínate que yo no soy yo”, porque importa más el mensajero que el mensaje. Castañeda gozará de una oportunidad inédita, otorgada por un electorado normalmente esquivo; si no la aprovecha, la caída podría ser más estrepitosa aún.
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