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Opinión

La Gran Transformación tiene, como todo emprendimiento de esa naturaleza, una premisa básica: durar. Necesita tiempo para nacer, crecer, madurar y consolidarse.

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com

El asunto es tan simple como esto: habrá Gran Transformación si hay reelección. Por el contrario: no habrá Gran Transformación si no hay reelección. Por lo tanto, todos aquellos que en 2011 votaron contra el candidato Humala en la primera vuelta porque no querían Gran Transformación, así como aquellos –entre los que me incluyo– que votaron por el candidato Humala en la segunda vuelta porque juró que, finalmente, no habría Gran Transformación; digo, TODOS, si somos consecuentes con principios políticos democráticos, debemos estar contra la reelección del presidente de la República a través de su esposa, la señora Heredia. Digo más. Debemos impedirla con todas nuestras fuerzas.

La Gran Transformación no es, como piensan algunos desenfocados de la derecha, un proyecto económico. Eso es entender el problema al revés y, por lo tanto, enfrentarlo a ciegas. La Gran Transformación es un proyecto político con consecuencias económicas. Resulta así por demás risible abrir un debate “técnico”, “financiero”, “tributario” o de pros y contras de lo que gana el Perú o pierde si, por ejemplo, el Estado reformula su rol empresarial subsidiario por uno proactivo o “más equilibrado”, como estamos viendo y escuchando en los foros mediáticos. Eso es una pérdida de tiempo. Y, señores, no estamos ahora para perder el tiempo.

Estando ya claros en lo político del proyecto, la Gran Transformación tiene, como todo emprendimiento de esa naturaleza, una premisa básica: durar. Necesita tiempo para nacer, crecer, madurar y consolidarse. Es evidente que nadie va cambiar de rumbo político a la mitad de un período de gobierno de cinco años cuando lo más probable es que el 28 de julio de 2016, bajo la premisa de una reelección prohibida, el presidente Humala tenga que entregar las insignias del mando supremo al líder de otro partido político.

Y durar en el Perú, digo, reelegirse no es más que el camino a la dictadura. Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos entendieron perfectamente esta premisa cuando, justo transcurrido el mismo período que hoy puede exhibir el presidente Humala, dieron un golpe de Estado para perpetuar su nuevo proyecto político a través de la reelección inmediata, hasta ese momento prohibida. Se quedaron 10 años y las consecuencias económicas de su proyecto político, 20.

Quien no entendió esto fue Alan García. Él también cambió de rumbo a la mitad de su primer gobierno, pero su viraje fue sólo económico. Aunque uno de sus ministros, Wilfredo Huayta, anunció que el APRA había llegado para quedarse 50 años, lo cierto es que Alan García, por ingenuidad o convicción, respetó el pacto político de no reelección. Si no lo hubiese hecho, habría habido una considerable probabilidad de que hubiese ganado teniendo en cuenta la gran votación que sacó su segundo de entonces, Luis Alva Castro.

El hecho que quiero que quede bien claro es que la política precede a la economía y que, si no hay reelección, los proyectos políticos que pretenden romper con un sistema no duran. Así ha sido al menos en toda la historia del Perú del siglo XX, en la que ningún partido de gobierno ha sido reelegido con distinto líder para un nuevo mandato. Siendo esto así, la agenda política de la oposición al gobierno en materia de violación de juramentos electorales, si los hubiere (cada vez me va quedando más claro que medio Perú fue estafado y que, efectivamente, la Hoja de Ruta era el camino a la Gran Transformación), debería ser bastante clara.

No se trata de discutir sobre la Gran Transformación. Ese es un debate estéril. Se trata de actuar políticamente para que la señora Heredia no postule. La señora Heredia es la llave de la dictadura o de la dictablanda. Pero, si no hay llave, no hay puerta que abrir. Esa es la simplicidad de todo el asunto.


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