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Opinión

Pero la ironía máxima es que las medidas derechistas de Ollanta Humala en materia impositiva bien las hubiera podido tomar aquel fujimorismo “nacido de la cloaca” al que el presidente venció en la segunda vuelta del 2011.

Esta semana, en la desesperación de Palacio por diluir sus vínculos con la red del prófugo Belaunde Lossio dentro de un fárrago de acusaciones a diestra y siniestra sobre quién es más corrupto que el otro, el paquete de reducción impositiva anunciado por Ana Jara y Alonso Segura quedó perdido en el espacio. Así, la que debió haber sido la noticia política más importante de este gobierno en mucho tiempo fue acallada en el callejón del grito pelado propiciado por el mismo presidente de la República, que es al que más le hubiera convenido que esta noticia se convirtiera en tema de agenda nacional.

Más allá de los porcentajes, cifras y detalles técnicos de este proyecto de reducción impositiva y de si sus frutos los veremos en corto o mediano plazo si logra pasar la valla del Congreso (impuesto a la renta), la medida es excelente para cualquier liberal de derecha que tiene el firme convencimiento de que, mientras menos impuestos pague la gente, mejor les irá a sus bolsillos, a la economía y a la cadena productiva.

Por ello, no deja de ser una ironía del destino que una de las plataformas más radicales de la derecha en el mundo haya terminado siendo implementada, precisamente, por el gobierno nacionalista de Ollanta Humala, que llegó al poder con el dogma izquierdista de que a más impuestos para los ricos más justicia social en beneficio de los más pobres.

La locura ideológica de la izquierda por sangrar impuestos a todos aquellos que constituyen el motor de una economía competitiva tuvo su simbólico punto de quiebre internacional hace un año, cuando el actor francés Gerard Depardieu anunció: “¡Mi patria es aquella en la que se pagan menos impuestos!”. Se mandó mudar a Rusia, con ciudadanía incluida, antes de que el gobierno socialista francés le sacase 75% de tributos para seguir subvencionando los “derechos humanos” de “tercera generación” a una serie de parásitos que han hecho del “estado de bienestar” su modus vivendi. Si para la izquierda eso es “justicia social”, para la derecha no es más que un robo vil y descarado de gente que cree que el éxito individual debe servir para “financiar” un fiasco colectivo.

Pero la ironía llega a límites hilarantes cuando nos ponemos a pensar que las medidas derechistas de Ollanta Humala en materia de reducción impositiva bien las hubiera podido tomar aquel fujimorismo “nacido de la cloaca” al que el presidente venció en la segunda vuelta del 2011. Entonces, podríamos concluir con una sonrisa que, dependiendo del ojo con el que se la mire, “la cloaca” siempre será fuente de gratas sorpresas en la política peruana, ¿o no, presidente?


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