Resulta muy curioso enterarse de que congresistas chilenos han pedido a la presidenta de su país, Michele Bachelet, que impida el ingreso y comercialización del pisco peruano en los mercados chilenos.
La nación que en una época reciente se convirtió en el modelo de la apertura del mercado, de la libre competencia, de la economía libre, busca ahora prohibir que un producto peruano se venda en ese país. ¿Cuáles son las razones? Las mismas que las del oidor en la tradición de Ricardo Palma: por miedo, por miedo y por miedo.
Los chilenos jamás han podido –ni podrán– igualar la calidad de nuestro pisco. Lo que ellos quieren llamar pisco no es otra cosa que un simple aguardiente, que ni siquiera puede darle forma o algo de gusto a una limonada que ellos tratan de llamar pisco sour. Y ellos lo saben, porque en privado reconocen que nuestro pisco y todas las bebidas que se preparan a partir de este tienen un sabor exquisito que ellos nunca podrán siquiera equiparar.
Tratar de impedir que nuestro pisco ingrese a Chile es el reconocimiento de que los productores chilenos jamás podrán competir con los peruanos. Y como no pueden superar nuestra calidad, aroma y sabor, entonces quieren optar por lo más fácil, pero, a la vez, por lo más bajo: desaparecer nuestro pisco para que nadie lo pueda comprar –porque lo buscan y prefieren–, y, por ausencia en el mercado, los chilenos no tengan otra opción que comprar el aguardiente chileno. Entonces, ya que no nos pueden ganar en la cancha, quieren desaparecernos de ella para ganar por W.O.
Pero podrán privar a los chilenos del aromático e inigualable sabor del único pisco del mundo; podrán sacar las botellas de nuestro pisco de las tiendas chilenas; podrán tratar de hacer pasar su aguardiente como una burda imitación del pisco; pero no podrán evitar que el mundo entero, incluidos los mismos chilenos, reconozcan que el verdadero pisco ES PERUANO.
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