22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Aunque la noticia de la semana en el mundo ha sido la sorpresiva reanudación de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba luego de más de 50 años de ruptura, no deja de ser menos relevante el hecho de que los comunistas hayan logrado censurar, por primera vez y con éxito en la Historia, la libertad de expresión en el corazón mismo del territorio americano.

Así, mientras Obama y Raúl Castro daban sendos discursos a favor de una tolerancia mutua que ambos creen que los beneficiará, desde Pyong-yang un ataque cibernético masivo obligó a Sony Pictures a izar bandera blanca y suspender indefinidamente el estreno en Estados Unidos de su película The Interview, una parodia al estrambótico dictador de Corea del Norte. A esta defección se sumaron las empresas distribuidoras que decidieron no exhibir el film por temor a un ataque terrorista y, por si fuera poco, la cancelación de Pyongyang, otro proyecto cinematográfico de Hollywood sobre la dictadura norcoreana. En síntesis, el tirano Kim Jong-un decide hoy qué se produce y qué se exhibe en los Estados Unidos de América.

La gravedad de este hecho está en la fragilidad del temple y las convicciones de los capitalistas de nuestro tiempo que, sin duda alguna, no se dejaron intimidar en el pasado por tiranos de mayor fuste que Kim Jong-un. Quiero que se me entienda bien. Si son los primeros en rendirse ante un chantaje aquellos que son la savia de un sistema económico y político que pretende derrotar al comunismo y a los totalitarismos religiosos, es que van camino a su propio funeral.

Seamos claros. Para que funcione la teoría según la cual distensión política y la apertura de mercados con los países comunistas harán que estos evolucionen pacíficamente hacia un régimen de libertades, se necesitan capitalistas que crean en su superioridad frente a cualquier dictador de media suela y que, por lo tanto, estén seguros de poder vencerlos de la mano con su gobierno.

Así sucedió en los 80 cuando la mujer más rica de Texas, Joanne Herring, emprendió una cruzada personal contra los soviéticos y su invasión de Afganistán, financiando, recaudando fondos y acicateando a los políticos de Washington hasta lograr que Charles Wilson, su congresista, se comprara el pleito y lo pusiera en el primer plano de la opinión pública norteamericana. Reagan gobernaba entonces los Estados Unidos y no pudo encontrar mejores aliados que Herring y Wilson en una guerra que los capitalistas terminaron ganando antes de terminar la década, con la caída del Muro de Berlín y la posterior desintegración de la Unión Soviética.

Hoy Obama está en el poder y los capitalistas se orinan de miedo ante Kim Jong-un, mientras que Hollywood capitula sin condiciones en la primera escaramuza con el excéntrico tirano de uno de los países más pobres de la tierra. ¿Y así algunos creen todavía que la dictadura castrista está con los días contados?


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