22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

El flamante presidente del Consejo de Ministros, Pedro Cateriano, ha dicho en sus primeras declaraciones al canal del Estado que “va a tener que cambiar su estilo”, refiriéndose al tono de confrontación en su interacción política con un sector de la oposición.

Es lo que se espera de un premier. Por lo menos, en la misma medida del saludo que, por su alta investidura, está obligado a hacerle a la bandera. Porque resulta evidente que, si el jefe del Estado hubiese querido poner allí a un caballero de buenas maneras y trato distendido –para hacer llevadero el último tramo de su gobierno con la oposición–, no hubiera puesto a Cateriano. Por lo tanto, Cateriano está donde está para hacer lo que siempre ha sabido hacer y muy bien: morder.

La oposición, representada por diversos voceros, ha hecho también su saludo a la bandera. Ha dicho que va a esperar la actitud del flamante primer ministro invocando el bien del país. Puro protocolo, pues sabe muy bien lo que le espera con Cateriano. Y no tendrá que hacerlo sentada, pues es muy probable que, antes de los 30 días de ley para que se presente ante el pleno del Congreso a pedir el voto de confianza, el premier ya haya asestado su primera dentellada.

Muchos amigos del premier –entre periodistas y constitucionalistas– han esgrimido el argumento según el cual la elección de Cateriano es un acierto del jefe del Estado. Así se afirma que el hecho de que el Congreso (todas las bancadas menos la oficialista y su aliado PP) haya censurado a Ana Jara –la premier de los consensos– le imponía a Humala el camino de un “premier de guerra” para enfrentar el difícil tramo final de su gobierno sin mayoría en el pleno. También se ha dicho que dada la trayectoria de Cateriano, impecable para con la democracia, el orden constitucional está asegurado ante las hipótesis que se tejen en los corrillos políticos sobre un cierre del Congreso.

Pero el asunto es que Ana Jara no fue censurada por sus dotes innegables de concertadora, sino porque el servicio de inteligencia que espiaba a tutti li mundi está adscrito a su ministerio y continuaba en las andadas. Y, aunque probablemente tenga sentido la designación de un premier más aguerrido como respuesta política a la censura de Jara, lo cierto es que una cosa es aguerrido y otra muy distinta pendenciero y temerario. En cuanto a que Cateriano es la garantía contra cualquier interrupción de la democracia, solo hay que recordar a los periodistas y constitucionalistas que sostienen esta especie que el 5 de abril de 1992 el gabinete lo presidía Alfonso de los Heros, también de intachables calidades democráticas como Cateriano, que tuvo que renunciar ese mismo día como protesta por el golpe del que no estaba ni enterado para desaparecer de la vida pública para siempre. En otras palabras, no es el premier de turno la garantía contra un golpe de Estado; son las condiciones históricas y la voluntad de darlo las que lo hacen posible. Hoy esas condiciones no existen.

Por lo pronto, la actitud pendenciera y temeraria de Cateriano quedó en evidencia en la misma entrevista en la que prometió “cambiar de estilo”, no solo recordando que el 5 de abril “no es una fecha feliz” (mañana se cumplen 23 años del golpe), en clara provocación a los fujimoristas, sino que, paradójicamente, en las 72 horas que precedieron a su nombramiento se encargó de recalcar que se “abría una etapa constitucionalmente interesante” en que el Congreso podía irse a su casa. Que cada cual saque sus conclusiones.

En cuanto a la oposición, la conclusión debería ser darle la confianza (diga lo que diga y haga lo que haga Cateriano) hasta el 1 de agosto, cuando, si el “cambio de estilo” no fuese honrado por el premier, pueda retirársela de un plumazo sin que nadie pueda disolver el Congreso.

Este es un juego de paciencia china en el que perderá el primero que estalle. Lo triste es que en este juego no participa el país, que será, finalmente, el que pague la alta cuenta que pueden dejar los jugadores.


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