La inversión privada es el motor de la economía. El inversionista arriesga capital, suyo o prestado del sistema financiero, esperando ganar. Se la juega.
Al comienzo, asume costos que luego recupera y aparecen los beneficios. Aunque depende del giro del negocio, se espera que, a partir del tercer año, recién comience a tener ganancias. Si invierte hoy, sus ganancias aparecerán a partir de 2020, un año antes de la siguiente elección presidencial.
La inversión privada lleva más de doce trimestres de caída. Y eso explica el lento crecimiento. En medio del actual destape de la corrupción, el primer indicador que sufre una caída es la credibilidad o confianza en el futuro.
Para el inversionista, el resultado de las elecciones presidenciales de 2021 es clave. El problema es que, en las condiciones actuales, toda la clase política está cuestionada. ¿Quién queda como reserva moral para tentar el 2021 y proporcionarle al inversionista la seguridad de que no habrá cambios en las reglas de juego, pero, por sobre todas las cosas, que la honestidad será la base?
No se trata solo del gran inversionista, sino en especial del pequeño y mediano, que son los que más empleo generan.
Cuando hay baja credibilidad, “cualquier cosa puede pasar”. Y ese es el peor escenario para la recuperación de la inversión privada. No obstante, no se trata del “modelo”, pues la corrupción no es un tema de derecha o de izquierda, como quiera que las definamos. Tampoco lo es de técnicos versus políticos. Es un problema de personas.
El Perú y varios países de la región están pasando por un periodo de “emergencia moral”. Sin embargo, ¿por qué los países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Suecia y Noruega) tienen los menores niveles de corrupción del mundo? Pregunto, ¿no sería interesante estudiar las razones del éxito de estas economías en ese aspecto? ¿Qué hicieron y cómo? Debemos aprender de los buenos ejemplos.
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