Una economía crece cuando produce más. Por lo general, ello ocurre cuando aumenta la demanda por lo que se produce; la demanda puede ser interna (se compra más dentro del país) o externa (nos compran más desde el exterior). La demanda interna está compuesta por el consumo y la inversión, en ambos casos, pública y privada.
Veamos algunos datos. La inversión privada, que representa el 80% del total de la inversión, viene cayendo desde hace 14 trimestres consecutivos, exactamente desde el primer trimestre de 2014. La inversión pública muestra similar tendencia. Sin inversión no hay consumo. Por eso, la demanda interna está frenada.
Esto nos deja con las exportaciones, que son la demanda externa. En 2013 y 2014 disminuyeron (1.3% y 0.8%, respectivamente), mientras que, a partir del tercer trimestre de 2015, comenzaron a crecer de manera ligera. En 2015 y 2016, la economía creció 3.3% y 3.9%, pero ello se debió a factores específicos, como la entrada de producción de dos proyectos mineros (Toromocho y Constancia en 2015) y otros dos en 2016 (Las Bambas y la ampliación de Cerro Verde). La minería explicó el crecimiento de 2015 y 2016.
Cuando asume el nuevo gobierno, se esperaba que pudiera revertir la caída de la inversión privada, motor del crecimiento y que destrabara megaproyectos, que, como se indicó en ese entonces, ascendían a 18 mil millones de dólares. No se tuvo éxito ni en lo primero ni en lo segundo. Si a esto le sumamos la turbulencia política, tenemos la mezcla perfecta para no crecer.
El problema está en la implementación de los buenos deseos. Los técnicos diseñan y señalan lo que hay que hacer, pero eso no ocurre en un vacío, sino en una realidad determinada. El cómo hacerlo está en manos de políticos. En economía no solo hay que saber qué hacer, sino cómo hacerlo; ambos son importantes.
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