Las decisiones que toman las empresas dependen, en gran parte, del entorno económico, nacional e internacional. Y es que no funcionan en un vacío, sino en una realidad concreta. Cada vez se hace más necesario conocer y proyectar la evolución de las variables externas a la empresa. La empresa se ve afectada por ellas, pero no puede hacer nada para cambiarlas. Desde luego que cualquier proyección (y no predicción) está sujeta a márgenes de error, pues nadie puede leer el futuro.
Veamos algunos ejemplos. Imagine que se espera que este año se eleve la tasa de interés de los Estados Unidos dos veces más (posterior a la última subida); esto significa que se elevarán tanto la tasa de interés en dólares como el tipo de cambio. Seguridad total no existe, pero es altamente probable. Ello obliga a que una empresa que pensaba endeudarse en dólares ahora opte por alternativas. El punto de partida, que orientó la decisión, fue el conocimiento de que la tasa de interés podía modificarse.
Ahora piense que se anuncia que China crecerá 6.5% y no 9%. Si se tiene conocimiento de ello, entonces se tomarán previsiones de no colocar tanta producción en China, pues el mercado estará, al menos en el corto plazo, contraído. La empresa deberá buscar otros mercados.
Como la economía funciona en un contexto político determinado, las decisiones de largo plazo incluyen lo que podría pasar en 2021. Nadie lo sabe con certeza, pero se pueden plantear escenarios a la luz de la realidad actual. Y de eso se trata, pues las empresas piensan en el largo plazo, pero actúan en el corto plazo.
No olvidemos que los planes estratégicos están basados en proyecciones, que parten de ciertos supuestos respecto de cómo se van a comportar variables como la demanda futura, el tipo de cambio, la tasa de interés, los aranceles, etc. Conocerlos minimiza los errores en la toma de decisiones.
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