Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com
1.- Parto de la premisa de que en Venezuela ha habido una crisis política de legitimidad tras las elecciones del último 14 de abril de 2013. Prueba de ello es que quien ha sido el personaje central de esta crisis, Nicolás Maduro, se ha visto en la necesidad de hacer respaldar el controvertido y ajustado resultado electoral que lo favorece por un pronunciamiento colegiado de una organización como la UNASUR, a cuya convocatoria en Lima ha tenido que asistir para ser avalado políticamente por todos los presidentes de los países miembros.
2.- Queda claro después de la declaración conjunta de los presidentes de la UNASUR de este último viernes 19 de abril, que este organismo inspirado por el difundo Hugo Chávez, y que su sucesor Maduro considera “su legado”, no tiene en su escala de valores como prioridad la defensa de la democracia como sistema político, tal como lo entendemos desde la tradición occidental. Sin duda que podemos gastar mucha tinta y papel discutiendo qué entendemos por democracia con aquellos políticos de convicciones marxistas, fascistas y populistas. Baste decir acá que la independencia y separación de poderes, la libertad de prensa, la libertad de expresión y de palabra no forman parte de los conceptos democráticos que maneja la UNASUR.
3.- Si no fuera así no se entiende cómo la UNASUR, por boca de su Presidencia Pro Tempore, encarnada por el mandatario peruano Ollanta Humala, pueda afirmar que ese organismo ha cumplido, en el caso de la crisis de legitimidad política venezolana, con el “fortalecimiento de la democracia que hoy día vivimos aquí, en la región sudamericana”. Esto, mientras que en Caracas, en el foro de la democracia por excelencia que es el parlamento, el presidente del mismo, Diosdado Cabello, amordaza y expulsa a golpe de turba a todo aquel diputado que no asienta lo que en Lima se ha visto obligado a venir a buscar Nicolás Maduro: su reconocimiento como presidente legítimo de Venezuela.
4.- Siendo esto así podemos afirmar que las convicciones democráticas de nuestro presidente, en el sentido expresado en el punto 2 de esta columna, son tan frágiles como una galleta de soda. Pero si acaso hay una prueba más contundente que todo lo que hemos venido considerando hasta aquí sobre la precariedad de los valores democráticos de Ollanta Humala, es el hecho de su empecinamiento en viajar a la toma de mando de Nicolás Maduro, a costa incluso de generar una crisis política interna, como ha sido el caso. El viaje no tenía nada que ver con el reconocimiento de Maduro como presidente y que podríamos considerarlo como una cuestión de Estado. Después de todo, los países tienen intereses que no es prudente afectar. Sin embargo, Humala ya había cumplido con el protocolo de reconocer y felicitar a Maduro telefónicamente el mismo día que fue proclamado ganador por unos controvertidos 250,000 votos de diferencia en boca de la militante chavista y presidenta del CNE de Venezuela, “compañera” Tibisay Lucena. En otras palabras, si Humala ha movido cielo y tierra para ir a Caracas es porque avala plenamente el sistema político venezolano.
5.- A estas alturas del partido no es de extrañar que así lo haga. Si ha ido a Caracas por convicción y no por compromiso es porque, digámoslo con todas sus letras, el señor Humala pretende reelegirse a través de su esposa, la señora Heredia. Obviamente necesita de comparsa a la UNASUR y de modelo a las “democracias electoreras” versión venezolana, ecuatoriana o argentina.
6.- Está claro que en este afán contará aquí, en el Perú, con impensables aliados que ayer nomás luchaban a brazo partido contra el régimen autoritario de Fujimori y Montesinos, inspiradores políticos del sistema venezolano. Cancillerías, embajadas, ministerios y demás menudencias están en juego. Qué pena y qué vergüenza. Pero también está claro que habrá resistencia. A muerte. Como debe ser cuando las libertades públicas están en la mira de ser asesinadas.
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