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El papa Juan Pablo II declaró alguna vez que los animales son poseedores de un alma (cosa que antes la Iglesia negaba) y proclamó que “los hombres debemos amar y sentirnos solidarios con nuestros hermanos menores”. Que ellos son “fruto de la acción creativa del Espíritu Santo y merecen respeto” y que están “tan cerca de Dios como lo están los hombres”. Benedicto XVI dijo “El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto”. En el párrafo 2418 del Catecismo se lee: “Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas.” Si todo esto es verdad, entonces por qué la Iglesia Católica permite que en el poblado de La Quebrada en San Luis de Cañete, todos los años se celebre, en nombre de Santa Efigenia, la “Fiesta del Curruñao”, un evento que incluye, además de la degustación de platos a base de carne de gatos que son engordados durante un año encerrados en jaulas; un divertido concurso bautizado como “la Carrera del Gato” donde el animal ganador será aquel que, amarrado a una soga, llega primero a la meta luego que le han reventado en las patas cohetones. ¿Le hubiese gustado al Papa Juan Pablo II participar de esta fiestita? Después de lo que han firmado en su catecismo y doctrinas, ¿por qué la Iglesia Católica permite que se sacrifiquen toros en la Plaza de Acho en nombre de El Señor de los Milagros? ¿Mentir no era pecado?
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