22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Las fotos en blanco y negro tienen una alta demanda estética quizá porque retratan una vida que no existe más que en el arte que ha suprimido arbitrariamente el color y los matices de la realidad. Pero lo cierto es que, en las instantáneas que retratan la vida política, el blanco y negro son el peor referente posible, porque simbolizan una división del mundo en el que la infinita gama de los colores está ausente para dejar paso al claroscuro de los buenos y los malos.

Barack Obama y Raúl Castro se reúnen en Panamá bajo el paraguas de la VII Cumbre de las Américas y se estrechan la mano luego de iniciado el proceso para el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana, anunciado hace unos meses atrás después de más de medio siglo de enemistad ideológica y, consecuentemente, política y militar. Así pues, el blanco y negro que dominaron desde 1958 las relaciones cubano-americanas van desapareciendo para dejar paso al color de la realidad política.

Contra el color de la vida se oponen siempre los fanáticos que, suele suceder, pasan ante ellos mismos como “grandes artistas”, pues quieren, iluminados ya sea por “Dios” o por las “leyes inexorables de la Historia”, utilizar como plastilina a los seres humanos en tanto instrumentos para construir un mundo a la medida de su propia utopía. Digamos que esta es su “obra de arte”.

Pero, como en las fantasías todo debe ser felicidad y perfección –lo que en la realidad es imposible—, entonces esta pasa por suprimir todo aquello que no lo sea, es decir, aquello que la contradiga. Macartismo, purgas estalinistas, dogmas de mercado, limpiezas étnicas, anatemas, yihad islámica, activismo de todos los pelajes –gay, ecológico, feminismo y otros— son todos posiciones extremas cuya “legitimidad” se asienta en la idea de la “pureza” de sus ideales. Esta es la explicación final por la que un “puro” no pueda convivir con un “impuro”, no pueda conversar con él, llegar a entendimiento alguno y, por supuesto, menos retratarse para la posteridad con un apretón de manos que significaría una capitulación inaceptable.

Así, mientras que en Panamá City el color de la realidad política por fin se imprimía entre Castro y Obama, en el Perú los mismos que valoraban positivamente las paces de la isla comunista con la superpotencia –es decir, los progresistas locales– empezaban a denostar en las redes sociales el apretón de manos para la foto del premier Cateriano con la señora representante del fujimorismo y con Alan García, cucos ambos de una izquierda que ve en los dos políticos los epítomes de las manos manchadas de sangre contra la democracia y la corrupción por todos lados.

Curioso, ¿no? Como si la dictadura castrista tuviera las prístinas manos de un santo benefactor de la democracia. Y del mismo modo y en las mismas redes hicieron catarsis anticomunista los que ven a Obama como un estúpido al que los Castro han engañado para la foto y a Humala como a un cachaco despreciable con el que no hay que prestarse al juego de legitimarlo a través de sus representantes con apretones de mano para las primeras planas.

Y en medio de estos maximalismos políticos, se encuentra lo que Richard Nixon llamaba la inmensa “mayoría silenciosa” a la que no le interesa otra cosa que vivir en paz y ocuparse de sus propios asuntos para progresar. Para ella el color y sus matices son el símbolo de una buena vida. El blanco y negro son los de las películas, los de las ficciones, los de los mundos irreales de los locos. De ahí que a Norma Desmond le asentara tan bien su inolvidable closeup.


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