Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com
La señora Heredia se creyó muy viva pero muy pronto descubrió que había alguien mucho más viva que ella. Respondiendo a las acusaciones de Alan García de que ella y su esposo están detrás de un complot político que busca inhabilitarlo y que tiene por instrumento a la ‘megacomisión’ que ha recomendado una denuncia constitucional para el expresidente, la señora Heredia sentenció triunfante: “Que se defienda solo”. Lo que quería decir era que García sea más hombrecito y no se escude en ella y su esposo para evadir responsabilidades en el Congreso. Su amplia sonrisa denotaba la convicción de que la había “hecho linda”, tapándole la boca al “gordinflón”.
Pero la realidad fue muy distinta. Como seguro nunca ha jugado ajedrez en su vida, la señora Heredia cayó como primeriza en una trampa que la ha hecho rehén de una formalidad que ella y su esposo han evitado hasta el momento a toda costa. Me refiero a su candidatura presidencial. Con la mesa servida ante el pueril desafío directo de la primera dama, García la ha instituido como la “candidata oficial del Gobierno”. Antes ya les había endilgado a ella y a su esposo, con éxito, ser compinches de un proyecto político que estaba en boca de todos, pero que nadie había tenido la fuerza creativa para bautizar: “La reelección conyugal”.
Esta vez García ha dado un paso más en la misma línea, pero haciendo de la especulación realidad. “Me complace que la candidata del Gobierno me responda”, ha dicho. Para luego rematar con lo que será el dedo acusador de los próximos tres años: “Y deseo que su candidatura avance sola, sin usar el presupuesto nacional”. Lo dicho por García es crucial. De hoy en adelante todos aquellos que, más allá de sus simpatías políticas, están en contra de una reelección encubierta, tendrán a la señora Heredia como la “candidata del Gobierno”.
Ya es oficial. García ha galvanizado a la oposición con una sola frase de aquí hasta el 2016. No necesito decir cuál es el costo político de ser “candidato oficial” tres años antes de una elección presidencial. Poco importará entonces lo que digan la señora Heredia y su esposo para hacerse los desentendidos. Salvo que, por supuesto, terminen haciendo lo que hasta ahora no han hecho: negar enfáticamente cualquier veleidad reeleccionista a través de la señora Heredia. Y si esto sucede será mérito exclusivo de Alan García.
No el único, claro está. “Formalizando” la candidatura de la señora Heredia, a todas luces ilegal, García ha formalizado también la persecución política que este tipo de proyectos autoritarios trae aparejados contra los opositores y la prensa. El ejemplo contra los opositores se lo ha puesto en bandeja de plata el partido del Gobierno, que le ha sacado las castañas del fuego en el Congreso a su aliado Alejandro Toledo, otro expresidente como García, envuelto en un asunto de compras millonarias de casas y oficinas por doquier, que cada vez huele más a burro muerto. Así, el Gobierno le ha dado a García la oportunidad de comparar ante la opinión pública la vara con la que este mide la supuesta corrupción de los opositores con la supuesta corrupción de los aliados. Y no olvidemos nunca que la percepción de persecución política termina por diluir la de la corrupción.
Finalmente, García ha hecho oficial el reglaje contra la prensa “incómoda”, recogiendo la denuncia del periodista antiaprista Fernando Rospigliosi. El mensaje es bien claro. Aquí me tienen a mí para defenderlos, no importa de quién se trate.
Así, en una sola movida, García ha marcado la agenda política hasta el 2016, encasillando a la dama y demostrándole que para ser rey no se necesita estar en Palacio.
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