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Opinión

Con un millón de furiosos en las calles, a Lula no le deben quedar muchas ganas de seguir vendiendo sebo de culebra. El papelón se los deja a los ingenuos que se lo compren.

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com

Fue una suerte para él que su visita al Perú, adornada con ribetes bombásticos, fuera hace dos semanas. En ese momento, recibido en Palacio por el Mandatario y la Primera Dama con los honores de un jefe de Estado, Luiz Ignacio ‘Lula’ Da Silva, dos veces expresidente del Brasil, entró con aire triunfante. Sus amigos Ollanta Humala y Nadine Heredia lo recibieron como a un maestro de la política mundial y como un paladín del “progresismo” continental basado en la inclusión a través de los programas sociales.

Lula era entonces la encarnación viviente del modelo a seguir; político, económico y social. Una “tercera vía” sin “calco ni copia” de las del “primer mundo” aunque, en realidad, plagio fiel del asistencialismo clintoniano de los años 90 del siglo pasado y cuyo corolario ha dejado hoy a los EE.UU. al borde de la insolvencia. No importa, de eso nadie se acuerda. Tal vez por eso mismo, al día siguiente de la recepción de sus amigos palaciegos, Lula expuso de la mano con ellos las bondades de su “sistema”, ovacionado por 300 hombres de negocios peruano-brasileros en un foro empresarial. Lo cierto es que todos sabían allí “cómo se hacían los negocios” con el Brasil de Lula y los buenos resultados que estos daban. Los aplausos, pues, estaban justificados.

Pero si Lula tenía a los empresarios en un bolsillo, también, y sin mucho desembolso, tenía a la izquierda en el otro. Huérfanos de todo referente como los de antes (marxismo/leninismo/maoísmo y etc.), a la pobre izquierda no le quedaba otra que estar con Lula o, lo que es lo mismo, con un populismo carismático asistencialista del que antes renegaba. ¡Cómo podrían renegar hoy si Lula también los “asiste” a ellos! Condecorado por lo que quedó de la izquierda en la Municipalidad de Lima, o sea por la señora Villarán, Lula también se despachó en San Marcos, pontificó para los diarios de izquierda y, finalmente, se fue dando bendiciones a los que se comprometieran con su mandamientos “progresistas” que no son otros que el asistencialismo económico y el clientelismo político.

Tuvo suerte, decía. Porque quien no la tuvo fue dos semanas después su sucesora y discípula Dilma Rou-sseff. Lo suyo fue terrible. Inaugurando la fastuosa Copa de las Confederaciones, antesala del Mundial de Fútbol Brasil 2014, sucedió lo inesperado. Una pifiadera general en el estadio a aquella que hasta hace poco gozaba de una enorme popularidad dejó perpleja a Rousseff que, sin embargo, guardó la compostura. Sus gestos apenas mostraban una leve incomodidad cuando, sin duda, su cerebro se preguntaba ¿qué está pasando aquí? Con una máscara por rostro declaró inaugurada la Copa y desapareció del mapa.

Lo que no desapareció fue la protesta que se generalizó en todo Brasil durante toda esta semana. Una revuelta colosal que empezó, como todas las protestas, por algo baladí, pero que se expandió para cuestionar el modelo político, social y económico del que tanto se ufanaba Lula en el Perú: el del pan y circo. Pues ese parece ser el telón de fondo del estallido que ha puesto al Brasil de vuelta y media: el pan del asistencialismo y el circo del Mundial. Algo grave debe estar pasando en un país ‘pentacampeón’ y acostumbrado a la teta del Estado.

Y lo grave es la corrupción. Aquí la izquierda asiente para salvar la cara del “modelo” que es el único referente que le queda, separándolo de la corrupción. Pero lo cierto es que el “modelo” es el corrupto. Porque corrupta siempre será la estructura de un modelo político, económico y social basado en el asistencialismo, el clientelismo y el circo.

Con un millón de furiosos en las calles y la Presidenta subida en la ola de la protesta para sobrevivir, a Lula no le deben de quedar muchas ganas de seguir vendiendo sebo de culebra. El papelón se lo deja a los ingenuos que se lo compren.“


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