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Opinión

Por razones que lucen muy misteriosas, el periodista más aborrecido y también el más poderoso de la prensa escrita según la última Encuesta del Poder en el Perú de Ipsos-Apoyo, Aldo Mariátegui Bosse, fue intempestivamente despedido esta semana de la dirección del diario “Correo” y de la vicepresidencia periodística del grupo Epensa que publica “Ojo”, “Ajá”, entre otros. No hubo cartas abiertas de respaldo ni comunicados de IPYS al respecto. Tampoco marchas de solidaridad ni cadenas de oración. Todo lo contrario: júbilo unánime –pero silencioso– entre los innumerables enemigos que Aldo ha sabido coleccionar a punta de centenares de tremebundas portadas, rabiosas columnas y malévolas “chiquitas” que, para muchos, tuvieron el pavoroso efecto de un arma de destrucción masiva. Lo echaron nomás y nadie dijo esta boca es mía. ¿Y por qué nadie protesta, ah? Porque no es de los nuestros. Parece que la libertad de expresión se volvió exclusiva para socios.

Beto Ortiz,Pandemonio
bortiz@peru21.com

“No estoy en absoluto de acuerdo con tus ideas, pero daría mi vida por tu derecho a defenderlas” –dicen que dijo Voltaire y yo le creo. Estoy en desacuerdo con Aldo Mariátegui en, prácticamente, todo. Si él opina blanco, yo opino negro. Si él dice potéito yo digo potato. Me aburre, por manoseada, la palabrita caviar. No creo que Cipriani sea necesariamente un santo varón ni que Javier Diez Canseco sea un miserable, no hago mofa de la ortografía de Hilaria Supa, sí me gustó La Teta Asustada y no aliento el uso del napalm como alternativa ante a los conflictos sociales. Fui uno de los primeros en avinagrarse cuando, en los pasillos de Frecuencia Latina, se comenzó a hablar de la remota posibilidad de que la auténtica bête noire del liberalismo o derecha nacional viniera a conducir un programa en vivo que –según suponíamos algunos- sería algo así como la gran muralla de concreto armado que detendría el avance inexorable del ex anticristo Ollanta Humala. Sin conocerlo más que por lo que escribía, tuve siempre la impresión de que el eterno polarizador Mariátegui era la encarnación de Pepe Cortisona, un verdadero saco de plomo. Y, cuando a inicios del 2009, su tan comentada contratación en el canal se hizo realidad, comencé a temer que se avecinaban tiempos tempestuosos. No me equivoqué: bastó que Aldo y yo estuviéramos frente a frente por primera vez para que, sin siquiera haber sido presentados, en pleno comité de prensa y frente a todos los directores, alzara su vozarrón para sacarme al fresco por algo faltoso que yo había dicho alguna vez –en pantallas- sobre él. La pechada en cuestión versó, más o menos, así: “Mira, Ortiz, si tú tienes algún problema conmigo me lo dices en mi cara, salimos afuera y lo arreglamos ahorita mismo.” La serena mediación de los presentes evitó lo que hubiera sido un inútil derramamiento de sangre. Mía, por supuesto. Pero, pasado el mal rato, la reunión continuó sin sobresaltos. Acostumbrado como estaba yo al colegaje reptil que te pela las muelas y luego al primer chance desenvaina la fulera, quedé gratamente sorprendido de que alguien, por fin, tuviera el coraje de decir, de frente, lo que pensaba. Él no lo sabe pero comencé a respetarlo a partir de aquel ruidoso desplante bravucón. En los tres años que siguieron hemos compartido un solo café –de la paz- durante el cual reveló sus obvias dotes de conversador ilustrado, nos hemos sentado casualmente juntos en un auto, regresando de un aburrido almuerzo con alguno de los primeros ministros de este régimen (ver fotito) y hemos intercambiado tres (3) correos electrónicos con información científica sobre los avances contra el Alzheimer. A eso se reduce toda nuestra inexistente amistad. A eso y a mis numerosos intentos, siempre infructuosos, por invitarlo a mi set porque creo que sería un magnífico entrevistado. A estas alturas y sin necesidad de que me lo diga, me queda meridianamente claro que Mariátegui me mastica pero no me traga. Mejor así. El único vínculo genuino que puede existir entre dos periodistas es la sospecha.

Esta semana, la quirúrgica frialdad de que hizo gala la redacción de la noticia que informaba de su despido pareció digna de la sección necrológica: Mediante una circular firmada por el presidente ejecutivo del Grupo Epensa, Luis Agois Banchero, se informa que Aldo Mariátegui dejará de prestar servicios en esta casa editora a partir del 30 de enero del 2013. El Grupo Epensa agradece a Aldo Mariátegui por sus más de siete años de permanencia en esta institución (sic). Y listo. Fin del responso. Acabáramos. Solo faltó ese sarcástico párrafo en que las empresas que despiden le desean siempre “los mayores éxitos en su futuro profesional” a sus despedidos. Pero hay un datito que faltó consignar: ¿Por qué lo botaron,ah?, ¿de parte de quién? Las hipótesis abundan. El congresista Mauricio Mulder ha escrito ayer en este diario, que es demasiada coincidencia que tantos periodistas hayamos sido despedidos en el pasado justo cuando osamos decir algo que desencadena las iras del ex presidente Alejandro Toledo. Me encantaría estar de acuerdo pero dudo que por allí vengan los tiros en este caso particular. Me parece que las últimas portadas de “Correo” que, hasta ayer, mostraban panameñas revelaciones sobre la mansión Fernenbug, hacen rodar por tierra esa posibilidad. Si Mariátegui hubiera sido sacado a causa de alguna presión –o negociación- para que se parase la mano con el temita Toledo, el diario no continuaría publicando, como lo hace, el resultado de sus investigaciones sobre el envidiable upgrade inmobiliario del Cholo a toda tapa. Carezco de elementos suficientes para decir, con nombre y apellido, quién es el autor del extrañísimo derribo del exitoso Mariátegui pero sí quisiera llamar la atención sobre dos aspectos muy puntuales: 1) Su salida no es sino una expresión más de los extremos de fanatismo a los que está llegando esta Yihad entre izquierdas y derechas nacionales enfrentadas a muerte en torno a la cédula de revocatoria municipal. Las izquierdas viven enamoradas de la libertad mientras son clandestinas, rebeldes y combativas pero apenas llegan al poder, automáticamente se desenamoran y las detestan. Pregúntenle, si no, a Castro, a Chávez, a Cristina K. Pregúntenle a mi amiga Mocha García Naranjo, que aplaude desde su twitter cada nuevo ataque del presidente ecuatoriano Rafael Correa contra los periodistas de su país. No nos olvidemos que ese enemigo jurado de la libertad de prensa fue recibido con alfombra roja cuando vino en 2011, como invitado de honor, a esa gran fiesta de las ideas que es la Feria del Libro de Lima. Allí, el totalitario Correa se despachó en agravios contra la prensa, flanqueado por los muy complacidos y sonrientes funcionarios del gobierno, Humberto Campodónico y Alberto Adrianzén, demócratas preclaros e incuestionables. 2) ¿A quiénes estaba perjudicando realmente el creciente e indisimulable entusiasmo de “Correo” por terminar de tumbarse a la magulladísima alcaldesa Villarán? ¿A Fuerza Social y su futuro político o a las millonarias inversiones de las transnacionales que ya obtuvieron la buena pro de los mega proyectos municipales.? Mmm… tengo la impresión de que Aldo se puso demasiado monotemático y no se lo perdonaron. Tengo la sensación de que se lo dijeron cantando: Você abusou. Tirou partido de mim. Abusou. ¿Presión o negociación? ¿Pressão o o negociação? Esa es la questiao. Mientras tanto, canten conmigo: Você abusou. Tirou partido de mim. Abusou.


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