22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Tienes buena suerte siempre… aun cuando crees que tienes mala suerte.

Beto Ortiz,Pandemonio
bortiz@peru21.com

Puede parecer mala suerte haberme caído de un caballo y tener fisurada la primera vértebra lumbar, pero es buena suerte no habérmela fracturado del todo porque hubiera quedado postrado en una silla de ruedas por el resto de mi vida. Y es buenísima suerte no haber salido volando del caballo porque me habría desnucado y los noticieros y los programas de espectáculos habrían aumentado su sintonía con tremebundas crónicas de la tragedia ecuestre y bonitas semblanzas de quien en vida fui y recontra fui.

Puede parecer mala suerte sufrir un acceso de asma justo ahora que me accidenté y tener que irme a dormir con un nebulizador que me permita respirar toda la noche, pero es buena suerte tener un seguro médico que me permite internarme en una clínica, tener un cuarto para mí solo y una cama en cuya cabecera hay instalado un nebulizador, una laptop con wi-fi, un teléfono, un control remoto, un vaso de agua, una luz para leer, una caja de kleenex y un botón que hará que una enfermera venga a ayudarme de inmediato cada vez que lo requiera.

Es buenísima suerte seguir respirando.

Puede parecer mala suerte depender completamente de la bondad de los extraños y haber perdido hasta la independencia necesaria para limpiarse el poto en la sagrada soledad del inodoro, pero es buena suerte contar con un ejército de ángeles generosos y aguerridos como las fantásticas enfermeras del segundo piso de la clínica San Felipe, mujeres tan dulces y tan fuertes, tan serias y tan joviales y, sobre todo, tan infinitamente pacientes con los pacientes impacientes como yo.

Puede parecer mala suerte que en toda una semana de internamiento no me haya tocado ni un solo hercúleo, maceteado barchilón a colocarme el termómetro ni a medirme la presión, pero es muy buena suerte para un ser apocado y pudibundo como quien escribe el haber sido atendido, aseado, vestido, peinado, talqueado y perfumado por varias docenas de damas acostumbradas a verlo absolutamente todo en esta vida sin el menor rastro de sorpresa. (Créanme que en toda esa semana –y en varias funciones diarias– me han visto calato –con ojos de misericordia– más mujeres que en todo el resto de mi vida. El cálculo es correcto. No exagero).

Puede parecer mala suerte tener que guardar reposo absoluto durante un mes o dos o tres, pero es buena suerte haber sido condenado a volver a leer y empezar, de una buena vez, a devorar los cerros de libros que compro cuando viajo o que me regalan interesadamente las editoriales y que siempre guardo “para cuando tenga tiempo”. Es buena suerte que ahora lo que me sobre sea, justamente, tiempo. Tiempo para volver a ver películas y escuchar discos que siempre me compro y nunca veo ni escucho.

Puede parecer mala suerte estar en cama, pero es buena suerte estar en cama leyendo El héroe discreto, la novela que Vargas Llosa acaba de publicar y que ya se agotó en librerías. Es buena suerte que un buen amigo me la haya regalado el mismo día que salió a la venta, es buena suerte poder comprármela si no me la regalaban, es buena suerte tener bien mis dos ojos para leerla y tener bien el cerebro para disfrutarla y, encima, tener todo el tiempo del mundo para leerla de corrido, por horas y horas, o cambiarla por otra en la página 100 si eso es lo que me provoca.

Y, bueno, volver a escribir. Volver a escribir es, siempre, la mejor de las suertes.

Puede parecer mala suerte estar obligado a usar –hasta nuevo aviso– mi rígido corsé ortopédico: esta suerte de carcasa, caparazón, exoesqueleto, peto acrílico o armadura medieval que me obliga a caminar con la plasticidad y el garbo del robot C3PO de Star Wars, pero es buena suerte que los amigos de Ortopedia Wong me lo hayan fabricado a medida en cinco días, cuando normalmente demora diez, permitiéndome levantarme de la cama en tiempo récord. Es buena suerte que, de taquito, el corsé me sirva también como yesoterapia y me permita quizá recuperar, un día de estos, algún remoto vestigio de aquella cintura perdida. Es buena suerte tener, a cualquier hora del día o de la noche, quién me lo ponga y quién me lo saque. Tengan la bondad de ahorrarse el obvio doble sentido.

Puede parecer mala suerte que el neumólogo me haya prohibido terminantemente comer chocolates al detectar que me recrudeció la vieja alergia que me echaba a perder –con accesos bronquiales– todas las fiestas infantiles pero, pensándolo bien, es buena suerte para mi pobre columna resquebrajada el no poder encerdecer empujándome la chocolatería entera que –con tarjetitas que invariablemente me desean “¡Pronta recuperación!”– me han enviado mis amigos, jefes, coleguitas, entrevistados, gerentes de imagen corporativa y aliados estratégicos que tuvieron todos, a la vez, la misma golosa idea de enviarme chocolates para que todo me duela un poco menos: bombones Montblanc, pastillas La Ibérica, brownies Domingo, sofisticadas exquisiteces de Q’acao, Chocol’art y Xocolatl, chocotejas Helena, besos de moza Melate y princesas D’onofrio que tendré siempre a la mano para agasajar a las visitas pero que, de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia, me comeré, por mucho que me tienten.

Puede parecer mala suerte quedar temporalmente imposibilitado de ir a mi trabajo justamente ahora que me va tan bien, pero es tremenda leche tener la maravillosa posibilidad de que el trabajo venga a mí y –si Mahoma no va a la montaña– una unidad móvil se traslade esta noche hasta mi puerta para salir en Perú tiene talento en vivo y en directo desde la sala de mi casa y que los vecinos de mi edificio sean tan buena onda conmigo que no tengan inconveniente. Es una súper leche haber grabado, de corrido, una tanda completa de programas de El valor de la verdad justo la semana previa al accidente, pues en mis actuales condiciones me hubiera resultado físicamente imposible, no habría quedado más salida que cancelarlo a mitad de temporada, y no hay nada peor que terminar perdiendo los partidos por walk-over.

Pero ninguna de todas estas suertes tendría sentido si no tuviera los amigos de oro que tengo. Alabado sea el poder que tiene la sonrisa de los amigos para ahuyentar cualquier tiniebla, pena, miedo o dolor del alma o del cuerpo.

Sirva entonces el presente documento impreso para dejar expresa constancia de mi celebración y mi agradecimiento por la grandiosa suerte que tengo.
Ya lo sabes: Tienes buena suerte… aun cuando crees que tienes mala suerte.


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