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Opinión

Con absoluto desparpajo, las dos delincuentes, madre e hija, llegaron luego a la comisaría para hacer su “denuncia” contra aquellos a los que retuvieron por la fuerza.

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com

Pasó por los medios como una anécdota más, pero no lo era. Más bien dibujaba el cuadro perfecto de la crisis policial. No aquel de la falta de recursos, de preparación, de logística, de remuneraciones y de más leyes. Eso dejémoselo a los idiotas o a los inocentes, que es casi lo mismo. No. Se trataba aquí del meollo del problema. De un asunto de espíritu como son siempre todos los meollos de la vida. Aunque, para ser precisos aquí, de la falta de espíritu. Y, digo, ¿qué se puede esperar de alguien sin espíritu sino que no sea más que un ente, un ser sin importancia que no sabe cuál es su papel en la vida? Y eso, tratándose de la policía, es la catástrofe.

La escena era grotesca. Un par de mujeres, madre e hija, según parece, bloqueaban el libre tránsito en una calle de Trujillo. Arrojadas sobre el parabrisas de un auto, exigían a grito pelado que salieran los ocupantes, el esposo y una supuesta querida, ambos policías. Alentadas por los transeúntes que nos dan perfecta cuenta de la calaña en la que ha terminado convertida nuestra sociedad, las mujeres habían prácticamente secuestrado el auto que, para no atropellarlas, estaba inmovilizado. Los peatones y vecinos habían hecho su parte, claro. Con el “gran derecho” que les otorga el capricho y el número, desinflaron las llantas del carro mientras llenaban de piedras y tubos de cemento la calle a fin de que el auto no “fugara”.

Entonces, como era de esperarse, acudió la policía. Se estaba cometiendo un delito flagrante; por lo menos, se estaba cometiendo para cualquiera con dos centímetros de frente que, según parece, en el Perú de estos días son ya muy pocos. No eran los ocupantes del vehículo los delincuentes. No es ningún delito tener un amante, si fuera ese el caso. Eran los que estaban afuera los delincuentes; la esposa, la hija y la comparsa social los que atentaban contra la libertad individual, la libertad de tránsito y la propiedad pública, pues el auto era del Estado.

Lo primero que ocurrió fue una tímida amonestación para que los delincuentes depusieran su actitud. “Señora, señorita, amigos: por favor, dejemos que el auto avance”. Y, claro, nadie se movió y el auto no avanzó. Entonces, lo mínimo. La policía procedió a sacar a las dos mujeres prendidas del capó del auto mientras despejaba a la turba con sus varas de goma. La respuesta no se hizo esperar. Una feroz cachetada por parte de la hija puso bien claro la pobreza de espíritu de la Policía Nacional. Desacato y agresión a un oficial de la ley quedaron impunes, como si nada hubiera pasado. Ningún policía procedió a arrestar a nadie y, más bien, huyeron como si los delincuentes fueran ellos.

Pero la cereza de la torta estaba por llegar. Con absoluto desparpajo, las dos delincuentes, madre e hija, llegaron luego a la comisaría para hacer su “denuncia” contra aquellos a los que retuvieron por la fuerza. Querían que se les aplicaran las normas policiales que sancionan la infidelidad conyugal. Ni más ni menos. Y todo ello a vista y paciencia de aquellos policías a los que acababan de cachetear. De más está decir que las dos salieron de la comisaría por la puerta grande con la misma impudicia con la que entraron. ¿Y así nos asombramos de que una banda de delincuentes asalte y mate en una notaría que está en la misma cuadra de los cuarteles generales de la Dirincri y la Dirandro en Lima?

Señor ministro del Interior, aquí puede dar usted el mejor ejemplo de que a la policía nadie le puede faltar de esa manera. Antes que a los escurridizos cacos y asesinos de la notaría están estas dos esperando en su casa a ser aprehendidas. Y si son esposa e hija de un coronel, tanto mejor el ejemplo para la sociedad entera. Demuestre usted que los guachimanes no tienen más espíritu que un policía.


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