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Opinión

Su máxima hazaña fue desembarcar en Normadía con las fuerzas aliadas el 6 de junio de 1944, uno de los episodios más cruentos de la segunda contienda mundial.

Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y Letras
Escritor

Robert Capa, el legendario fotógrafo húngaro cuyo centenario se celebra este año, llegó a cubrir cinco guerras y siempre quiso estar en la primera línea de fuego. Su máxima hazaña fue desembarcar en Normandía con las fuerzas aliadas el 6 de junio de 1944, uno de los episodios más cruentos de la segunda contienda mundial.

“El corresponsal de guerra –escribió en sus memorias– tiene en sus manos su mayor apuesta, su vida, y puede elegir el caballo al que apostarla, o puede guardársela en el bolsillo en el último segundo. Yo soy un jugador. Decidí acompañar a la Compañía E en la primera oleada.”

El lanchón de desembarco dejó al fotógrafo y a un grupo de soldados en la playa Omaha hacia las seis y media de la mañana. El agua estaba fría y los obuses y la metralla llovían por todos lados. Capa se guareció detrás de uno de los obstáculos de acero que los alemanes habían emplazado en la orilla. Luego sacó una Contax con su protector de hule y comenzó a apretar el obturador. El fotógrafo fue avanzando poco a poco, bajo un fuego graneado, entre cadáveres que flotaban. Consiguió parapetarse detrás de un tanque anfibio medio quemado y se limitó a repetir como letanía una frase en español que había aprendido durante la guerra civil: “Es una cosa muy seria. Es una cosa muy seria. Es una cosa…”.

La marea continuó subiendo y el mar ya mojaba su pecho. Capa no tuvo más remedio que desafiar a los proyectiles y ganar la playa. Se tumbó sobre la franja de arena húmeda, esgrimió su segunda Contax y siguió fotografiando sin asomar la cabeza. Los obuses explotaban cada vez más cerca y de repente la cámara se trabó: se había terminado la película. Buscó otro rollo, pero temblaba tanto que no pudo insertarlo. “Era un nuevo tipo de miedo el que me sacudía el cuerpo de pies a cabeza y me crispaba la cara”, admitiría más tarde. Entonces vio un pequeño barco que traía un pelotón de sanitarios y, sin pensarlo más, corrió hacia él como alma que lleva el diablo. Con el agua al cuello y las cámaras en alto, logró trepar a bordo. Bajó a la sala de máquinas, se serenó y colocó nuevos rollos. Después regresó a cubierta para captar una última imagen de la playa envuelta en humo.

Capa tomó más de un centenar de fotografías en aquella durísima mañana. Por desgracia, cuando los rollos llegaron a la oficina de Life en Londres, el apremio y el nerviosismo del laboratorista arruinaron la película. Solo se rescataron once fotografías, las cuales se convirtieron en un documento único y excepcional.

La suerte se le acabó a Robert Capa en 1954, durante la guerra de Indochina. Acompañaba a un destacamento francés que se dirigía a una zona de combate cuando pisó una mina y voló por los aires. Según los testigos, pese a la explosión, no llegó a soltar su cámara. Tenía 40 años.


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