Carlos Meléndez,Persiana americana
En las primeras horas del último 15 de marzo, el sistema político peruano tuvo su más severa crisis desde la renuncia de Alberto Fujimori en 2000. Por primera vez en décadas, un gabinete de ministros no recibía la aprobación del Congreso. A diferencia de otros aprietos (el caso Almeyda con Toledo, Petroaudios y Baguazo con García), el actual puede tener como desenlace el cierre del Parlamento –de confirmarse el rechazo al gabinete Cornejo y proceder idénticamente con el siguiente–.
Tal como fue advertido por Julio César hace 2050 años, diversos comentaristas anunciaron la crisis de institucionalidad que agudizaría el gobierno de insistir en su lógica de polarización e informalización del poder. No había que ser adivino para percatarse de que 2014 sería “el año que vivimos en peligro”. El Ejecutivo, empero, siguió confiando en su suerte.
La popularidad presidencial llegó a su nivel más bajo (25% según Ipsos). El principal operador del oficialismo, la primera dama, lacera la imagen del gobierno (solo el 27% cree su aporte positivo). El desbalance tecnocrático ha aislado políticamente –aún más– a un Ejecutivo terco en sus bases “ideológicas” (el anti-aprismo y el anti-fujimorismo). Así, quedó preso de un Legislativo que –aunque débil y con 9% de aprobación– demostró que nuestro sistema no es un presidencialismo puro.
La salida de la crisis depende del cambio de estrategia política del gobierno (menos confrontacional, tendiendo puentes con la oposición). Así podrá evitar que la gobernabilidad sea ‘asesinada por Bruto’.
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