22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Está de moda decir que “izquierda” y “derecha” son conceptos ya superados. Como lo dice Europa lo repetimos. Nacieron en la revolución francesa. Los jacobinos que promovían una mayor soberanía del pueblo se sentaban al lado izquierdo de la Asamblea y los conservadores y monárquicos a la derecha. De ahí viene la primera denominación.

Juan Claudio Lechín,Desde New York
Analista político

En el siglo XIX, los liberales se concentraron en “lo económico” y abandonaron el liberalismo político, que fue una bandera de los socialistas y, sobre todo, de comunistas. La revolución rusa (1917) y el resto de sus revoluciones se apropiaron del vestuario de “izquierda” cuando ni promovían la libertad, ni la democracia, ni al pueblo, al que mantuvieron sometido en cada uno de sus experimentos. Pero tanto machacaron en sus propagandas que la palabra “izquierda” está asociada con ellos y ellos profitan de ese traje, levantando las banderas de la ciudadanía, de la libertad sindical y de la democracia, cuando no están en el poder. Cuando llegan al poder, eliminan todo rastro de libertad.

Cada vez escucho con más fuerza a los “liberales” asociar en el mismo saco a la izquierda, a los socialistas y a los comunistas del siglo XXI. Haciendo esto se vuelven ciegamente funcionales al comunismo, pues le entregan a su propaganda el precioso liberalismo político. Donde solo quiso instalarse el liberalismo económico, el liberalismo terminó por desmoronarse, allí donde se instaló, sin su gemelo.

Un sistema, como su nombre lo dice, es un conjunto de engranajes o relaciones que se enhebran entre sí. Creer que el liberalismo puede funcionar sólo con la economía, sin promover la ciudadanía, la democracia, la participación del pueblo, su individualismo social, es tan utópico como pretender que funcione un país democrático sin libre empresa. Pero además, debe involucrar el liberalismo social, la igualdad de género, la interculturalidad, etcétera.

El liberalismo para triunfar debe contener a su “izquierda”, es decir, al pueblo y a sus intereses, y también a la derecha, a las élites y sus intereses. No es una urdiembre fácil, pero parece que es la única forma que el liberalismo sea perdurable.


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