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Opinión

En síntesis, “don nadie” terminó convirtiendo a toda la Cancillería en “don ninguno”, para las risas de los chilenos que ya estaban de funeral.

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com

El hombre de la semana ha sido, sin duda, Álvaro Vargas Llosa. El tema, su “carta a Torre Tagle”, una gota de limón en el plácido manjar de leche y miel en el que se había convertido la opinión pública respecto al tema del diferendo de límites marítimos con Chile, cuyos alegatos orales se acaban de ventilar en La Haya. Si su intención era mover el cotarro, lo ha logrado –y con creces–, desnudando no, como él cree, una debilidad de argumentos en la posición peruana respecto a sus pretensiones, sino la incoherencia de nuestra clase política y la intolerancia de los que juegan a la democracia simplemente cuando están de acuerdo con las opiniones que les conviene.

Entiendo perfectamente que para los políticos profesionales no hay pierde en agitar nuestra bandera y subirse al carro triunfal del patriotismo. Micrófonos, cámaras, tinta y aplausos son la siembra perfecta para los votos en la próxima elección. Y como el que no siembra no cosecha, vale. Lo que sí no vale, por lo menos para los que tenemos dos neuronas en la cabeza que todavía pueden hacer click, es la contradicción de sus propios “argumentos” y la abjuración de sus “ideales” más “preciados”.

El Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso, mi querido amigo Víctor Andrés García Belaunde, por ejemplo. Su respuesta a la carta de Álvaro Vargas Llosa fue que “no tiene autoridad ni académica, ni política, ni histórica, y que además no es abogado para opinar sobre la materia”. Yo no sé cuándo, pero en algún momento tuvo que suceder, que Víctor Andrés se pasó de la “gallarda democracia” apadrinada por su tío, el finado don Fernando, ex-Presidente por si alguien no recuerda, al maoísmo puro y simple.

Porque, si la memoria no me falla, era Mao Tse Tung el que decía que sólo tenía derecho a opinar el que sabía. Ergo, el que no sabía –y eso lo determinaba Mao, que “lo sabía todo”— tenía que callarse la boca. Y de ahí al paredón había sólo un paso. Yo tampoco recuerdo si Víctor Andrés es académico, historiador o abogado, pero en el Perú cualquiera puede opinar dónde, cuándo y cómo le dé la gana. Si esto es bueno o malo, ése es otro cuento. Y si para Víctor Andrés es malo, pues, ya va siendo hora de que pida que se cambie la Constitución. Total, la “democracia china” funciona a las mil maravillas, ¿no Víctor Andrés?

Otra amiga que ha lanzado rayos y centellas contra el periodista ha sido Lourdes Alcorta, con la que me acabo de reconciliar (al parecer, no le gustó un viejo artículo mío en el que la mencioné desafortunadamente y por el que ya le ofrecí mil disculpas). Espero que no se ofenda esta vez por una humilde crítica de buena fe.

Ella ha dicho que “el señor Álvaro Vargas Llosa es nada. Es el hijo de un escritor y nada más”. Bueno, me pregunto yo. Si Álvaro Vargas Llosa es “nada”, querida Lourdes, para qué le responde toda una señora Vicepresidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso de la República del Perú, convirtiéndolo en, supongo yo, ¿“alguien”? ¿Tiene eso sentido?

Pero lo rocambolesco de todo es que mi querida amiga emplazó al Canciller a seguirla en su afán de respuesta y, bueno, el Canciller, siempre tan lúcido, la siguió. Y a él lo siguieron a su vez el agente y excanciller Allan Wagner, el coagente y excanciller Joselo García Belaunde, el embajador Luis Solari, el también embajador y exrector de la Academia Diplomática Harry Belevan-McBride y… mejor dejo de contar.

En síntesis, “don nadie” terminó convirtiendo a toda la Cancillería en “don ninguno”, para las risas de los chilenos que ya estaban de funeral. Una excelente faena en La Haya terminó así empañada, no por la opinión de un periodista solitario, sino por la respuesta de una legión de desenfocados.

El único que estuvo a la altura fue Ollanta Humala. ¿Qué le tiene que decir a Álvaro Vargas Llosa?, le preguntaron. “Que le deseo una feliz Navidad”, dijo el Presidente.

Bueno, pues; simplemente eso: ¡Feliz Navidad!


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