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Opinión

Lynch ha puesto un coche bomba en el frontis de Torre Tagle dejando, supongo yo, varios muertos y heridos que iremos conociendo en el transcurso de los días.

Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
rvasquez@peru21.com

Mientras que aquí, ilusamente, nos quejábamos esta semana de por qué una gavilla de arpías comunistas había recibido en la Argentina a la fachada política del sanguinario grupo terrorista Sendero Luminoso y de cómo era posible que otro comunista, este Premio Nobel de la Paz, hiciera lo propio –en ese mismo país– para escucharlos, lo inimaginable aconteció.

Y es que mucho antes que por las Madres de Plaza de Mayo y por Adolfo Pérez Esquivel, los testaferros de Sendero Luminoso habían sido recibidos personalmente por “nuestro” embajador en Buenos Aires, Nicolás Lynch. No está de más decir que, al igual que las arpías de Plaza de Mayo y que el Nobel Pérez Esquivel, Lynch es otro comunista reciclado en el “progresismo” y los “derechos humanos”.

Así las cosas, no hay ninguna cuenta que saldar con los argentinos y sí muchas con nuestro “embajador”, conocido antaño por el explosivo alias de ‘coche bomba’. El embajador entiende que es su función recibir a todos los peruanos y escucharlos a todos porque la embajada es la casa de “todos”. El embajador “confunde” así el deber consular que tiene la embajada para sus connacionales, indistintamente de si son criminales o no, y el deber político que tiene un embajador de no avalar con sus actos y su presencia doctrinas y posiciones contrarias al orden constitucional del Perú y a los derechos humanos, estos sí sin comillas de ningún tipo.

Lo tragicómico es aquí que la Cancillería no solo deploró firmemente que miembros del Movadef hubiesen sido recibidos por representantes de ONG en la Argentina, sino que refirió que “el embajador peruano en Buenos Aires, Nicolás Lynch, había sostenido coordinaciones directas con la Ministra de Seguridad de ese país, Nilda Garré, a fin de transmitirle el rechazo del Gobierno del Perú a las actividades del grupo subversivo en la Argentina”.

En otras palabras, Lynch, que ha reconocido que la Cancillería estaba perfectamente informada de la visita de los esbirros de Sendero Luminoso a la embajada antes de reunirse con los comunistas argentinos, ha puesto un coche bomba en el frontis de Torre Tagle dejando, supongo yo, varios muertos y heridos que iremos conociendo en el transcurso de los días.

En primer lugar, ha puesto en ridículo a su propio jefe, el Canciller de la República, haciéndole decir cosas que, en el mejor de los casos, no pueden suscitar más que una benévola sonrisa. En segundo término, ha dejado mal parado al servicio diplomático de la República, que tiene la obligación profesional de velar por la buena marcha de la política exterior del Perú, asesorando al canciller y a los embajadores políticos. Y, finalmente, ha traicionado la confianza del Presidente de la República, que es quien dirige la política exterior y que, por lo menos en el papel de los proyectos de ley, es un claro enemigo de la pandilla criminal del Movadef.

Con semejante carga destructiva a cuestas, al “embajador” no le queda más remedio que presentar su renuncia irrevocable para dar tiempo a que el Canciller y el Presidente se recuperen de la explosión en “cuidados intensivos”. Pero, como con los comunistas siempre hay que esperar lo inesperado (“quizás el embajador Lynch no sabía que eran personas del Movadef”, dice su amigo García Sayán), lo más sensato es que, antes de internarse en “cuidados intensivos”, el Canciller y el Presidente le den forata. De eso dependerá, sin duda, su pronta recuperación que, en vísperas de La Haya, es lo que todos queremos. Por eso, que Dios los coja confesados.


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