Arturo Salazar Larraín,Periodista
Autor: Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com
Es parte de la historia del periodismo peruano. Retirado de las minucias cotidianas, Arturo Salazar Larraín acaba de publicar La mujer, una manera especial de ser humano (Universidad Católica Sedes Sapientiae), un polémico libro que no les gustará a las feministas.
¿Se siente conservador?
No, al contrario, soy un revolucionario. En la universidad era muy radical, total y terriblemente de izquierda. Integré un grupo anárquico donde estaban Alejandro Romualdo, Carlos Germán Belli, Juan Zegarra, Fernando Quízpez Asín y otros. Juntos sacamos una revista que, parece, gustó. Entonces, Alfonso Tealdo (antiguo periodista) nos convocó para un nuevo diario, La Prensa, de Pedro Beltrán. Curiosamente, éramos antibeltranistas y, en nuestra revista, Romualdo (firmaba como Xanno) le había hecho una caricatura estupenda a Pedro Beltrán –quien era acusado de latifundista explotador– donde este salía como Cristo crucificado y con una leyenda que decía: “El Señor de los Mil-Agros” (risas).
¿En La Prensa se produjo su quiebre ideológico?
Sí. El periodismo me llevó al liberalismo. Comenzamos a pensar en transformar el Perú. Con el fusil nos parecía inútil pues queríamos acción y no romanticismo. Allí nos vino la idea de cambiar el país desde el periodismo.
¿Pudieron?
Claro, lo cambiamos completamente. Trajimos ideas nuevas, tan nuevas que hasta ahora persisten (risas). Me deportaron, me encarcelaron, ¿y por qué? Porque estaba en contra de la inflación. Segundo, porque estaba a favor del libre mercado y de la propiedad privada. Tercero, porque apoyaba la inversión extranjera directa. Y, hoy, todo eso se hace.
Dicen que Mario Vargas Llosa, con la campaña del 90, cambió las ideas políticas en el Perú. Usted diría que fue un continuador de Beltrán…
Claro. Vargas Llosa trajo la parte intelectual, pero el viejo Beltrán trajo las ideas. Por ejemplo, invitó a Von Mises, quien es el top del pensamiento liberal, quien dio una conferencia en San Marcos… hoy no podría ni asomarse (risas). ¿Ya ve por qué me considero revolucionario?
Y muy católico…
Claro. Y conciliar mi liberalismo con la doctrina de la Iglesia es muy fácil: no hay un tipo de verdad; uno no puede estar demostrando que existe Dios porque esta creencia nace de la fe, que es una fuente de conocimiento. Y mi mujer, quien era otra revolucionaria sanmarquina, me hizo aún más católico. Por ella he escrito La mujer, una manera especial de ser humano, que es totalmente heterodoxo.
¿Se considera un gran conocedor de la mujer?
A mí mujer sí la conocí (risas). He leído mucho. Siguiendo al filósofo George Simmel –autor de Cultura femenina y otros ensayos–, yo sostengo que la cultura no es asexuada: hay una cultura masculina y otra cultura femenina; unas cosas las hacen bien los hombres, y otras, las mujeres. Simmel demuestra que la cultura masculina es la que desarrolló el idioma, el lenguaje, la lógica, la matemática, etcétera.
¿Y la cultura femenina?
Se ha montado sobre todo esto y ha hecho poco, pero tiene condiciones excepcionales, como la maternidad.
A las feministas no les va a gustar su libro…
Es verdad, es un golpe muy duro para el feminismo radical, que se origina en Marx y Engels, a quienes conozco muy bien.
Usted se opone al control de la natalidad…
Por supuesto. La población se divide en una estructura por edades: 1) De 0 a 14 años. 2) De 15 a 65, donde se pasa a la fuerza de trabajo, se es parte de la economía activa. 3) A los 65 te jubilan, te dicen “chau, no te necesitamos”. Debido a la esperanza de vida, que ha crecido mucho, esta etapa es terrible y ha producido la crisis europea: hay viejos que no trabajan, a quienes hay que mantener. Cuando se destina dinero a una persona entre los 0 y los 14 años es inversión, pues luego entrará a la fuerza de trabajo; si va a los mayores de 65 es gasto puro. Por eso, por un enfoque puramente económico, necesitamos ser más.
Los últimos días de La Prensa, la novela de Bayly, ¿es pura realidad o una caricatura de lo que allí sucedía?
Una caricatura. Allí nos saca la chochoca, y leerla me dolió muchísimo. Recuerdo que su madre vino a pedirme trabajo para él, y yo le dije que La Prensa no era un reformatorio (risas). Pero, por ayudarla, lo acepté y lo envié a trabajar con Arnaldo Zamora, un ropero a quienes todos le tenían miedo. Un mes después, Zamora me dijo que estábamos desperdiciando a Bayly cortando cables, que era brillante. Entonces, le di la oportunidad de escribir y allí comenzó su gran carrera.
Usted creó al monstruo…
(Ríe). A los 16 años escribía una columna diaria que se publicaba en la página 2, nada menos. Pero lo que me dolió es que, a pesar de lo bueno que fue Zamora con él, en el libro le saca el alma, le inventa falsedades. Felizmente, hoy lo puedo saludar, al punto que la edición definitiva de Los últimos días de La Prensa está dedicada a Federico, mi hijo (y otro de los protagonistas de la novela), y a mí (risas).
AUTOFICHA
- Estuve casado por 48 años. Mi esposa me enseñó la fe, me hizo católico y por ella he escrito La mujer, una manera especial de ser humano. Hoy puedo morir tranquilo.
- Cuando me propuse escribir este libro, dejé las luchas periodísticas, las peleas menudas de la política. ¿Conozco a la mujer? A la mía, mucho.
- Fui secretario de Jorge Basadre. Edité la edición definitiva de su Historia de la República. Formó a Federico, mi hijo, quien lo visitó todos los viernes durante cuatro años.
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