Carlos Meléndez,Persiana Americana
Érase una vez un partido que unía a “trabajadores manuales e intelectuales” en un frente antioligárquico que pretendía retar a los virulentos poderes fácticos que gobernaban. Este partido, el Apra, tenía bases jóvenes y activas, y combinaba una propuesta radicada en las luchas obreras y de las ideas. Hoy, el Apra no representa a ningún sector popular y su juventud intelectual (acaso una exageración) está desprestigiada por probados plagios en una compilación de textos que, paradójicamente, debió signar su camino hacia la renovación intelectual.
Ser aprista joven debe ser tarea difícil. Supongo que pasan el 90% de su tiempo justificando lo que hacen sus mayores. Sus treintones y cuarentones heredaron el desprestigio de una gestión calamitosa; sus veinteañeros tampoco se salvan. El halo de corrupción de la marca aprista viaja en el tiempo y adherido a la estrella.
Imagínese, aprender a hacer política defendiendo las acusaciones de corrupción de sus mentores deja poco espacio-tiempo para la innovación de ideas para salvar al Perú (las anteriores, como se sabe, fracasaron). En vez de reflexionar sobre las consecuencias políticas de la informalidad (por ejemplo), están atrapados en el desarrollo de decálogos impugnadores de ‘petroaudios’, ‘narcoindultos’, ‘baguazos’. Así, el margen para la labor intelectual propia es escaso y el plagio llega solo.
Los críticos del aprismo resaltan la medianía intelectual de sus élites. La cultura política se reproduce: su muchachada está más preocupada en imitar la mímica de Alan, en adaptar la ‘bufalada 2.0’ y reproducir el faccionalismo interno que en superar las taras del partido. Solo les queda identidad y lealtad, aunque, sin todo lo demás, no sirven de nada.
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