Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
“Estoy tranquilo sin twitter ni Facebook”, dijo el cantante que, pese a una carrera larga y bien llevada, nunca había tenido la atención ni el revuelo de lo que Andy Warhol pronosticó alguna vez para cualquiera como su ¼ de hora. Único e irrepetible, lo terrible para el cantante es que ese ¼ de hora, es decir, el efímero poder que da estar en boca de todos de verdad, no haya sido por ninguno de sus logros como artista, ni siquiera por un escándalo sexual o criminal, sino por algo tan pedestre como una trifulca en el mundo de la nada.
Lo cierto es que el cantante NO podía estar tranquilo sin twitter ni Facebook. Regresó a esa misma nada de la cual salió dando un portazo en navidad para reabrir sus cuentas al día siguiente. Lo delicioso de su caso es el simbolismo que encierra, la paradoja que oculta.
Se quejaba al “mundo” de los fuegos artificiales que no lo dejaban en paz en Noche Buena ni a él ni a su familia. Se quejaba en twitter y en Facebook cuya sustancia es tan banal como un fuego de artificio y tan letal para el espíritu como un pirotécnico. Se quejaba; y su decisión irrevocable de “desligarse por completo de las redes sociales porque es una enfermedad que nos está atacando a todos” duró menos que el fulgor de una bengala. Entonces, ¿de qué se quejaba?
“Lo que más rabia me dio –dijo el cantante– fue la altanería con que ciertas personas manejan su vida, como si fueran dueños de todo y vivieran solos sin vecinos. Salí dos veces a quejarme y nada….se rieron…les da lo mismo”. O sea, en buen romance: rebeldía. Un desafío a cualquier autoridad –como la debida a su trayectoria o a sus canas, si tuviera pelo– fomentada, desde la historia de la música, por los géneros que el cantante admira. ¿Qué es sino acaso el rockanroll?
Lo gracioso aquí es que, al igual que a los que denuncia, el cantante cree también que el mundo gira sobre su cabeza y que sus asuntos son nuestros asuntos, que a todos nos interesan sus problemas y que ya que “su” visión del mundo es “la” visión del mundo, el mundo no tiene más que estar con él. De ahí probablemente la rabia cuando se termina descubriendo que, en realidad, hay otros más altaneros. Que en vez de reventar la cotidianeidad de su existencia en las “redes sociales”, revientan cuetones en ventana ajena.
Finalmente, lo patético. Creer que eres y que existes en función de unos pulgares levantados de gente que ni conoces ni conocerás nunca. Creer que importas porque te sigue un millón de ¿? Creer que influyes porque te trenzas con millón y medio más de ¡! Creer que tienes calidad porque eres la comidilla de la cantidad. Y el cantante se la creyó. No podía dejar de vivir sin pulgares levantados y sin millones de ¿? y millón y medio más de ¡! en sus cuentas de twitter y Facebook, el pobre. Y así, el que se quejaba de los fuegos de artificio resultó él mismo un fuego de artificio. Tan fugaz en sus convicciones como un 1/4 de hora, pero sin brillo.
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