Enrique Castillo,Opina.21
Susana Villarán empieza a pagar el alto precio que le exigen sus malas decisiones, su miopía, su soberbia y esa indefendible decisión de postular a la reelección, incumpliendo su palabra y sacándole la vuelta al electorado que la salvó de la revocatoria.
Su caída en las encuestas –muy lejos de quien las encabeza y muy cerca de los otros rivales– demuestra que el haber tratado de aprovecharse y acomodar algunas acciones municipales –como la puesta en marcha del Corredor Azul– fue una pésima decisión.
Lo mismo sucedió con la primera nefasta intentona de desocupar La Parada, dirigida exclusivamente a aplacar los intentos de revocarla.
Susana Villarán no ha podido ni ha querido ver una realidad que todos, en cambio, si apreciamos desde afuera: no ha sabido ejercer un liderazgo desde el municipio, nunca pudo armar un buen equipo de trabajo, dejó de lado su apuesta por la honestidad cuando de sus funcionarios se trataba y no supo contrarrestar los argumentos que sus contrincantes o sus propios errores generaron.
Decir en voz alta que solo con ella era posible que Lima avanzara y que solo su presencia garantizaba las reformas fue de una soberbia imperdonable, sobre todo, después de todo lo visto en su gestión y en las de varios de sus funcionarios. Borró con sus palabras lo poco o mucho de bueno que hizo con sus acciones.
Faltar a su palabra fue realmente lamentable, sobre todo, tratándose de una política con trayectoria que siempre se preció de hablar con la verdad y de no mentir. Ahí no servía el argumento de cambiar de opinión, porque una promesa no es una opinión, es la palabra empeñada.
Obviamente, no todo ha sido malo en la gestión Villarán, pero todo parecía malo. Han habido cosas buenas que nadie hizo antes, pero lo malo se llevó lo bueno, como la arena en La Herradura.
Nada está dicho, pero si Villarán insiste en lo suyo, podría esperarle un deslucido tercer o cuarto lugar. “Por su propia culpa”.
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